Los colegas en el otro extremo de una larga mesa de trabajo limpian el polvo y la suciedad con paños suaves y cuidadosos movimientos circulares sobre el cuero de los frágiles objetos.
Después, los zapatos se escanean y fotografían en una habitación vecina y se catalogan en una base de datos.
El trabajo es parte de un esfuerzo de dos años lanzado el mes pasado para preservar ocho mil zapatos de niños en el antiguo campo de concentración y exterminio, donde las fuerzas alemanas asesinaron a un millón 100 mil personas durante la Segunda Guerra Mundial.
Fundado en mayo de 1940 cerca de Auschwitz, a 60 kilómetros de Cracovia, los experimentos médicos nazis se practicaron ampliamente en el campo.
Allí se estudiaron los efectos de los productos químicos en el cuerpo humano y se probaron las últimas preparaciones farmacéuticas, mientras los prisioneros fueron infectados artificialmente con malaria, hepatitis y otras enfermedades como parte de experimentos.
Los médicos nazis estaban capacitados para realizar operaciones quirúrgicas en personas sanas, donde era común la castración de los hombres y la esterilización de las mujeres, especialmente de las jóvenes, acompañadas de la extirpación de los ovarios.
Una gran mayoría de las víctimas eran judíos asesinados, en un intento del dictador Adolf Hitler de exterminar esa raza en Europa.
A 75 años de la liberación de Auschwitz por el Ejército Rojo, los sobrevivientes instan al mundo a recordar los feroces crímenes cometidos en el campo.
Después del final de la guerra, el complejo del campo de concentración se convirtió en un monumento y museo administrado por el estado polaco, a quien ha recaído la solemne responsabilidad de preservar la evidencia del sitio, donde sus nacionales también se encontraban entre las víctimas.
Los alemanes destruyeron la evidencia de sus atrocidades en Treblinka y otros campos, pero no lo hicieron por completo en el enorme sitio de Auschwitz, mientras huían de las fuerzas soviéticas que se acercaban.
Una parte del campo de concentración se convirtió en un hospital para exprisioneros, la otra fue transferida bajo el control de la NKVD (servicio de seguridad soviético) y sirvió como prisión especial para prisioneros de guerra y personas desplazadas.
Paralelamente, en el lugar se realizaron investigaciones y sus resultados se utilizaron durante el juicio de los criminales nazis.
Ocho décadas después, algunas evidencias se desvanecen bajo la presión del tiempo y el turismo de masas.
El cabello cortado de las víctimas para hacer tela se considera un resto humano sagrado que no se puede fotografiar y no está sujeto a esfuerzos de conservación, pues con el paso de los años se convierte en polvo.
Pero quedan más de 100 mil zapatos de las víctimas, unos 80 mil de ellos en enormes montones expuestos en una sala por donde desfilan los visitantes a diario.
Muchos están deformados, sus colores originales se desvanecen, los cordones de los zapatos se desintegran, pero perduran como testimonios de vidas brutalmente truncadas.
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