De la redacción de Cultura de Prensa Latina
Según recoge la historia, durante medio siglo Alicia (1920-2019) bailó esta pieza cumbre del ballet romántico, con un estilo tan único y virtuoso que devino modelo a seguir y por ello resulta imposible desligar ambos nombres.
Por estos días en La Habana se festeja el aniversario 75 del Ballet Nacional de Cuba (BNC), fundado por ella junto a Fernando Alonso y Alberto Alonso el 28 de octubre de 1948.
Entre las actividades se proyectó un ciclo dedicado al arte en puntas, en el cual se exhibió, entre otros audiovisuales, el documental en blanco y negro Giselle (1964), de Enrique Pineda Barnet.
Tal metraje presentado por el Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficos constituye un documento fílmico de inestimable valor en la historia de la danza.
Recoge en imágenes en movimiento tanto la versión coreográfica de esa versión del clásico, creada por Alicia -estimada la mejor realizada- como también la interpretación en escena de la prima ballerina assoluta, de quien se ha dicho es la más grande Gisselle que el mundo haya conocido.
DEBUT E IMPRONTA DE ALICIA EN ESTE PROTAGÓNICO
El 2 de noviembre de 1943, en el Metropolitan Opera House de Nueva York, Alicia Alonso sustituyó a Alicia Markova en el protagónico del ballet Giselle, en la temporada del American Ballet Theatre.
Según crónicas de la época, resultó un suceso, pues varios de los críticos asistentes a aquella función vislumbraron el nacimiento de una de las grandes Giselle del siglo XX.
De acuerdo con el historiador del BNC, Miguel Cabrera, el triunfo de Alicia no fue simplemente el de una bailarina talentosa, de solo 22 años de edad, en un rol muy exigente, sino también el de un ser humano sobre una dura adversidad.
Destacó además que ese momento marcó la ratificación de una ética personal de la bailarina, decidida a defender el potencial de talento de los latinoamericanos para imponerse en formas exquisitas de un arte considerado hasta entonces prebenda de bailarinas eslavas y anglosajonas.
El historiador precisó que desde la noche del debut hasta la del martes 2 de noviembre de 1993, la aclamada artista cubana regaló en la piel del personaje una magia escénica que no se ha extinguido.
Al dejar de bailarlo físicamente, prolongó su magisterio en una versión que ha reinado, entre otros muchos sitios prestigiosos, en las óperas de París y Viena, en el Palacio de Bellas Artes de México, en el teatro Teresa Carreño, de Caracas, y en el Colón, de Buenos Aires, expresó Cabrera.
También relató en diversas publicaciones que al ver a Alicia en la capital argentina, el eminente crítico local Fernando Emery expresaría proféticamente: “Ella nació para que Giselle no muera”.
Otro tanto elogió su compatriota, el reconocido escritor y periodista Alejo Carpentier, al decir que “Alicia Alonso pertenece a la excepcional estirpe de bailarinas que han dejado ―a veces no más de cuatro, de cinco veces por siglos― un nombre egregio en la historia de la danza”.
Con el tiempo, la Giselle versionada por ella en el BNC ha sido montada en los más importantes teatros del mundo por grandes compañías, incluido el Ballet de la Ópera de París, cuna de esa obra.
Asimismo la historia de la danza en Cuba recoge como momento memorable cuando Alicia festejó en La Habana el aniversario 65 de su debut en Giselle acompañada por tres de sus más célebres partenaires: Azari Plisetski, Cyril Atanassoff y Vasili Vasíliev, quienes se deshicieron en elogios dedicados a la célebre bailarina cubana.
ALICIA-GISSELLE
Desde el estreno en 1841 en París, ese ballet hechizó a todos los públicos.
Gisselle, aldeana de frágil salud, es seducida por Albrecht, duque de Silesia, disfrazado de campesino. El amor se convertirá en tragedia, el engaño en desesperación, y sobrevendrá la locura (célebre escena), y la muerte. En un segundo acto danzan las Willis, espíritus de doncellas que mueren vírgenes.
La interpretación de la pieza, apuntan los especialistas, exige no solo un despliegue técnico exquisito, sino que además demanda un histrionismo notorio que acentúe la inocencia, el amor, la pérdida de la razón, la ingravidez y la muerte.
Por ello no es casual que muchas bailarinas seleccionen ese papel como obra de retiro artístico o cúspide de su carrera profesional, al constituir una verdadera prueba de fuego.
Pero Alicia superó con creces ese examen y se convirtió en leyenda. Actualmente es considerada por la crítica como la última gran diva del ballet.
Una bailarina carismática de alcance y poder inusuales, como la describiera el diario estadounidense New York Times.
Y el reconocimiento mundial por ella conquistado le permitió incluso renovar la coreografía del clásico Gisselle, mejorando sus aspectos técnicos y actualizando la dramaturgia de la historia.
arc/mml/dla