Leoníd Vladímirovich Savin*, colaborador de Prensa Latina
De la misma forma, a lo largo de la historia sobran ejemplos de casos similares de confrontación en los que eventos armados iniciados por pequeñas escaramuzas de lucha por el poder continuaron con una escalada y se convirtieron en guerras prolongadas que terminaron con la derrota de uno de los oponentes.
Un buen ejemplo lo anterior lo tenemos en la Guerra del Peloponeso, cuando Esparta y Atenas lucharon entre sí por el dominio en la región del Mediterráneo y cada una de las partes tuvo sus aliados y sus compromisos, pero también hubo determinados sujetos que se mantuvieron neutrales. Cuando Persia decidió apoyar indirectamente a Esparta, Atenas se vio condenada al fracaso.
Obviamente, Estados Unidos de la misma manera quiso acumular una similar masa crítica, solo que no le funcionó y ahora las agujas de la balanza se han inclinado en la dirección opuesta por el caso de Ucrania.
En 2014, luego de la reincorporación de Crimea a Rusia, se produjo una notable división en la escena política mundial entre aquellos que se oponían abiertamente a Moscú y los que intentaron mantener relaciones amistosas con Rusia, pero después del 24 febrero 2022, la polarización de la apreciación de las decisiones de los líderes rusos se hizo muy aguda, enconada y motivada políticamente. Sin embargo, en la mayoría de los casos de condena a Rusia, se debió a las brutales presiones de Estados Unidos y la Unión Europea sobre determinados países y no a su propia posición.
Lo anterior se pudo apreciar en una reciente votación en el seno de la ONU, cuando el número de países que asumieron una posición de condena a Moscú se redujo casi tres veces, de 141 a 54, lo que es una cifra bien elocuente. Entre los que se negaron a condenar a Rusia se encuentran países tan importantes geopolíticamente hablando como Argentina, Brasil, Arabia Saudita, Egipto, Malasia, Tailandia, Filipinas, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia, Myanmar y México, varios de ellos otrora aliados de Washington.
Éste no deja de ser un indicador del fracaso del Occidente colectivo de crear un frente antirruso, que Estados Unidos y la OTAN intentaron armar a toda costa. Aunque muchos Estados, principalmente de los países miembros de la UE y la OTAN, todavía mantienen una posición rusófoba activa y en “apoyo” a Ucrania.
En ese caso, y según la revista Forbes, los veinte países que más apoyan a Ucrania son Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Polonia, Letonia, Lituania, Estonia, Eslovaquia, República Checa, Bulgaria, Rumania, Eslovenia, Portugal, Italia, España, Francia, Canadá, Países Bajos, Dinamarca y Noruega.
Sin embargo, se impone destacar con justificado énfasis, el hecho de que sigue siendo el Occidente colectivo, y solo él, quien se aferra a estas posiciones, aunque también es bueno consignar que en algunos de estos países esta posición se debe a la sumisión de un gobierno títere, abyecto y supeditado a los dictados de Washington y Bruselas, y no al sentimiento de sus pueblos.
Es muy poco probable que el Occidente colectivo, especialmente los países miembros de la OTAN, cambien su política actual en contra de Rusia, a menos que se vean obligados a hacerlo por circunstancias extraordinarias (la crisis energética puede ser una de ellas), o por un cambio de régimen político en el que el nuevo gobierno abandone el viejo curso. Sin embargo, incluso dentro de la OTAN y la UE hay políticos bastante coherentes. Viktor Orban, premier de Hungría, es un caso asaz evidente.
El cambio en la actitud hacia la operación militar especial rusa también podría estar determinado por un estudio más detallado del problema, en un escenario donde los líderes de muchos de estos países asumieran abiertamente que las acciones de Rusia fueron causadas por las provocaciones de Estados Unidos y la OTAN, la reticencia de Washington a sentarse a la mesa de negociaciones y la continuación de una política agresiva contra Rusia.
El trasfondo histórico que subyace como precedente nos conduce inevitablemente a hechos como la agresión de la OTAN contra Yugoslavia y Libia, así como a las falsas promesas hechas e incumplidas por el liderazgo de los países occidentales de no expandir la OTAN hacia el Este. Y esto desacredita una vez más a la OTAN, a los Estados Unidos y al Occidente en general.
Es cierto que sistemáticamente los medios de comunicación occidentales se han dado a la tarea de alimentar un irracional odio hacia Rusia. La publicística de esos países se ha afanado tratando de argumentar con estadísticas el carácter de agresor de Moscú en la operación en Ucrania. The Economist, el 4 de abril de 2022 publicó un artículo que incluyó una infografía en la que se reflejaban los países que condenaron las acciones de Rusia y quién no lo hizo. Para ese momento, ya había diez países menos en la lista de los que habían adoptado una posición antirrusa. Al mismo tiempo, se puede apreciar que los que están en oposición a Rusia incluyen solo el 36 por ciento de la población mundial, mientras que alrededor de dos tercios apoyan a Rusia o asumen una posición neutral.
Lo más interesante es que muchos Estados, de los que mantienen una postura oficialmente neutral, han comenzado a relacionarse más activamente con Rusia en la esfera del intercambio económico. La India, por ejemplo, ha incrementado considerablemente la compra de hidrocarburos y otros productos derivados del petróleo en Rusia debido a la disminución de los precios. Irán, a su vez, ha intensificado la cooperación en una serie de áreas, desde el comercio y los proyectos de infraestructura hasta la cooperación técnico-militar y la entrada de empresas rusas en el sector del petróleo y el gas del país persa.
Lo anterior indica que varios estados que asumieron expresamente una posición neutral en realidad están del lado de Moscú. Simplemente votaron así en la ONU para no quedar sujetos a las presiones de Occidente, indicando que no tenían nada que ver con la crisis en Ucrania y no querían interferir en los asuntos internos de otros Estados. Entre estos hay importantes actores como Brasil y Pakistán, también las repúblicas de Asia Central, Mali y la República Centroafricana.
Por su parte Serbia, aunque votó por primera vez en la ONU contra Rusia, su presidente, Aleksandar Vucic, explicó la razón, debido a las presiones de la UE y Estados Unidos, y agregó que Serbia y Rusia mantienen relaciones amistosas, así como que Belgrado no tiene la intención de unirse a las sanciones antirrusas, decisión que sigue vigente.
Sudáfrica inicialmente se puso del lado de Occidente e incluso instó a Rusia a “retirar sus tropas y respetar la soberanía e integridad territorial de Ucrania”. Pero poco después, el presidente Ramaphosa, retiró su declaración.
Es significativo que últimamente la publicación de ese tipo de estadísticas ha ido desapareciendo en los medios occidentales, dado que el aumento del apoyo a Rusia debe explicarse y comentarse de alguna manera, pero no lo quieren hacer, como tampoco admitir que Occidente no tiene la fuerza y la capacidad de obligar a otros países a votar en contra de Moscú o unirse a las sanciones, es decir, reconocer que la mayoría de los Estados del mundo no está de acuerdo con tal política y que el mundo es diferente.
El liderazgo hegemónico estadounidense ha desaparecido, y Washington no tiene una fuerza real, ni siquiera un poder simbólico del que sustentarse; la huida de Afganistán ilustró perfectamente este hecho, a pesar de que Estados Unidos permanece en el primer lugar en el mundo en términos de gastos militares.
Sin embargo, incluso entre los Estados que condenaron las acciones de Rusia, hay políticos pragmáticos que no quisieron empeorar las relaciones con Moscú y se limitaron a tibias declaraciones formales. Además del mencionado Viktor Orban, la entrada de otro aliado importante de Washington como Corea del Sur en el acuerdo para construir una planta de energía nuclear en Egipto ilustra lo anterior. El proyecto está a cargo de la compañía rusa Rosatom. Korea Hydro & Nuclear Power Co., de Corea del Sur, que recibió un contrato por un valor de dos mil 250 millones de dólares para realizar parte de la infraestructura (excepto los recintos para los reactores).
Por si fuera poco, incluso en Estados Unidos no todos apoyan la política antirrusa de la administración de Biden. Resulta bien significativo que muchos veteranos de las fuerzas armadas y de la comunidad de inteligencia critican a la Casa Blanca y se desmarcan de la falsa propaganda de los medios estadounidenses.
Cabe señalar que Bielorrusia, Cuba, Siria, Venezuela, Myanmar, Nicaragua, Corea del Norte y Eritrea apoyaron desde el principio las acciones de Rusia. También lo hacen la República Popular de Donetsk, la República Popular de Lugansk, Osetia del Sur y Abjasia, lo que podría estar indicando la formación de algún tipo de eje de resistencia a la hegemonía global de Occidente, que incluiría también a otros países como Irán y China.
A lo anterior podemos sumar no solo las relaciones entre los propios países, es decir, las relaciones que se articulan como vínculos de amistad entre estos Estados, sino también las que se establecen con otros actores no estatales de las relaciones internacionales, casi siempre, en forma de redes.
Esta red de comunicaciones crea un buen potencial para llevar a cabo la diplomacia Pro-rusa y anti-occidental a través de segundos países. El cambio de liderazgo político en los Estados hostiles también estaría abriendo nuevas ventanas de oportunidad. Por ejemplo, en Colombia, donde por primera vez un representante de las fuerzas de izquierda se convirtió en presidente y restableció inmediatamente las relaciones diplomáticas con Venezuela. Obviamente, bajo el mandato de Gustavo Petro, la posición sobre la cooperación con Washington y/o con Moscú cambiará radicalmente. No es casual entonces, que su victoria ya ha causado preocupación en el Departamento de Estado de Estados Unidos. (Continuará…)
*Doctor en Ciencias Políticas
rmh/lvs
(Tomado de Firmas Selectas)