Estos se utilizan por diferentes razones. Algunos escritores los emplean para escribir en diferentes géneros literarios o separar su trabajo comercial de su obra más personal, otras veces lo hacen en aras de proteger su privacidad o por motivos familiares.
Tal es el caso del afamado poeta chileno Pablo Neruda, bautizado como Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, o de Samuel Langhorne Clemens, mejor conocido como Mark Twain.
En el caso de las mujeres, la historia está llena de ejemplos de escritoras que tuvieron que esconderse tras el anonimato o nombres de varones para que sus textos fueran publicados y evitar los prejuicios de su época. A pesar de ser una de las autoras más conocidas de la actualidad en todo el mundo, Jane Austen autografiaba sus libros con la frase “by a lady”, que significa “por una dama”.
Las hermanas Brontë, Charlotte, Emily y Anne, empezaron su carrera literaria firmando con los nombres masculinos de Currer, Ellis y Acton Bell.
Hoy en día sus novelas se consideran obras de arte rompedoras que han marcado la historia de la literatura, pero los temas de estas eran “prohibidos” para las mujeres, de acuerdo a las normas de la sociedad británica del siglo XIX.
La editorial que publicó la primera entrega de la famosa saga de Harry Potter le pidió a su creadora, J.K. Rowling, que firmara con sus iniciales y su apellido, pues creía que un nombre femenino no ayudaría a las ventas.
Hoy en día, sus libros han ganado múltiples premios y vendido millones de copias.
Es imposible saber cuántos de los autores anónimos que nos encontramos en la literatura eran efectivamente mujeres, las limitaciones de la época o los temas sobre los que escribían las obligaron a utilizar seudónimos para evitar ser juzgadas y censuradas por su entorno.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)