Cuando Washington persiste en su intención de asfixiar y alejar a la nación antillana de la comunidad internacional, jefes de Estado y Gobierno, altos funcionarios y líderes de más de 100 países viajaron a La Habana para patentizar su respaldo al papel del grupo en el contexto global, proclamar sus preocupaciones nacionales, pero también su rechazo a la actitud de la Casa Blanca contra Cuba.
Integrado por 134 países y territorios, el mayor concilio de naciones alzó la voz del Sur global durante dos días en La Habana, a favor del multilateralismo y en contra de las estrategias neoliberales y discriminatorias que lejos de mejorar la situación, aumentan las brechas económicas y sociales entre ricos y pobres.
La alarma volvió a sonar aquí en boca del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, quien advirtió sobre los grandes retos que enfrenta la humanidad, entre ellos el cambio climático y las desigualdades profundas que existen.
«Al mismo tiempo, los países en desarrollo están en una situación sumamente difícil. Muchos están con una deuda imposible de pagar, no tienen acceso a los fondos necesarios para concretar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)», puntualizó.
Guterres puso el ejemplo de África, que paga más en servicio de la deuda que en presupuestos de educación y salud, en declaraciones exclusivas a Prensa Latina.
Alineados con las duras contingencias internacionales estuvo el discurso de la mayoría de los dignatarios que hablaron: el mundo no soporta más crisis, la sostenibilidad global no es una cura, es la tabla de salvamento.
“Los países del Sur no soportan más el peso de todas las desgracias y el único camino válido es caminar juntos con solidaridad”, expresó el jefe de Estado cubano y presidente pro tempore del G77 y China, Miguel Díaz-Canel, en la inauguración del cónclave el viernes.
En estos dos días, la reunión en defensa de los intereses del mayor conglomerado de banderas con asientos en la Asamblea General de la ONU mostró las urgencias de un planeta enfermo, necesitado de volver con seriedad al camino de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, no como alegato de ocasión y preocupación que abordará la Cumbre de los ODS, programada para el próximo lunes y martes en Naciones Unidas.
La promesa de los países miembros de la ONU de “no dejar a nadie atrás”, base de la agenda, está en serios apuros ya que, pese a algunos avances, a lo largo de los años han surgido brechas generalizadas en la implementación de sus 17 objetivos, desde la pobreza, el hambre y la igualdad de género, hasta el acceso a la educación y la energía limpia.
Según Naciones Unidas, una disminución evidente del interés público para alcanzar esas metas, aunada a las fricciones geopolíticas y, sobre todo, al impacto de la pandemia de la Covid-19, ha hecho necesario un plan de rescate global de los ODS.
Con cerca del 80 por ciento de la población mundial y dos tercios de los países miembros de Naciones Unidas representados en el cónclave, la cita en la capital cubana fue sin duda el preludio de lo que podrán ser las prioridades y desafíos que salten, otra vez, en el 78 período de sesiones de la Asamblea General.
Y aunque la reunión aquí estuvo enfocada en los «Retos actuales del desarrollo: Papel de la ciencia, la tecnología y la innovación», en sus palabras los dignatarios proclamaron un racimo grande de demandas que fueron más allá del tema central y que solo pueden ser resueltas mediante la unidad de fuerzas y, sobre todo, con la implicación de los países más ricos y poderosos.
Entre ellas, volvió a escucharse fuerte la voz del Sur en rechazo al bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra Cuba, como antesala de lo que acontecerá en los próximos días en Nueva York, lo mismo que desde 1992 viene refutando la mayoría del mundo como una flagrante violación a la Carta de las Naciones Unidas.
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