La Organización Mundial de la Salud estima que el 3,8 por ciento de la población experimenta depresión, incluido el cinco por ciento de los adultos (cuatro por ciento entre los hombres y el seis por ciento entre las mujeres) y el 5,7 por ciento de los adultos mayores de 60 años.
Según los expertos la depresión es una enfermedad común, pero grave, que interfiere con la vida diaria, con la capacidad para trabajar, dormir, estudiar, comer y disfrutar de la vida.
Entre los principales rasgos característicos se destacan tristeza permanente, pérdida de interés o placer en las actividades de la vida cotidiana (anhedonia), aislamiento, trastornos del sueño y del apetito, falta de concentración y sensación de cansancio.
En cualquier caso, se requiere atención médica especializada para su oportuno diagnóstico y tratamiento.
No se trata de un simple decaimiento en el estado de ánimo o emocional, ya que puede conllevar al surgimiento de otras enfermedades como estrés, fobias, ansiedad, trastornos obsesivos y en el peor de los casos conducir al suicidio. Es causada por una combinación de factores genéticos, biológicos, ambientales y psicológicos.
Algunas investigaciones indican que el riesgo genético para la depresión es el resultado de la influencia de varios genes que actúan junto con factores ambientales y otros de riesgo.
Ciertos tipos de depresión tienden a darse en familias, sin embargo, también puede ocurrir en personas sin antecedentes familiares de depresión.
No todas las personas con enfermedades depresivas experimentan los mismos síntomas, por lo que la gravedad, frecuencia y duración de los síntomas varían dependiendo del individuo y su padecimiento en particular.
Este mal incide notablemente en las tasas de mortalidad y morbilidad, e impacta a personas de todas las edades y de manera muy significativa a adolescentes y a los de la tercera edad.
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