El dulce personaje antropomórfico de la empresa nipona Sanrio, diseñado por Yuko Shimizu, devino ícono líder de un movimiento estético y cultural japonés denominado kawaii, que pondera la representación bonita de las cosas.
En principio, el término kawaii servía para describir la ternura que inspira un bebé o un animal. Con el paso del tiempo el concepto abarcó todo lo que provocara ese efecto de sano regocijo espiritual.
Hello Kitty o Kitty White apareció por primera vez en 1974, impresa sobre un monedero de vinilo que impuso récord de ventas en Japón ese año. Con más altos que bajos en materia de popularidad, la gatica cruzó con éxito las fronteras nacionales y hasta la fecha sigue bien posicionada en los mercados foráneos.
El famoso rostro decora una amplia variedad de productos de consumo que van desde útiles escolares hasta accesorios de moda. Asimismo, cuenta con dos parques temáticos en la nación asiática y sirvió de inspiración musical o caracterización de vestuario para cantantes famosas como Mariah Carey, Lady Gaga, Slayyyter y Avril Lavigne.
COOL JAPAN
En 2008, el Ministerio de Relaciones Exteriores (MOFA) nombró a Kitty embajadora cultural en China y Hong Kong como parte de su estrategia Cool Japan, mediante la cual recurre al genuino atractivo nipón para promocionar su marca país en el extranjero.
Casi una década después, el MOFA incluyó en la plantilla de sus diplomáticos a Pikachú, otro ser ficticio que arrasó en la industria cultural desde su debut en 1996, en el primer video juego de rol Pokémon lanzado por las firmas Game Freak y Nintendo.
El pequeño monstruito amarillo con cachetes rojos cargados de electricidad, triunfó además en el cine y las series televisivas. Alrededor de su figura surgieron juegos de cartas que llegan a costar cientos de miles de dólares, así como mochilas, juguetes, disfraces y otros artículos.
Tanto Kitty como Pikachú tienen la misión de atraer las miradas internacionales hacia la exposición universal Osaka-Kansai de 2025, a celebrarse en territorio nipón.
La iniciativa Cool Japan, con fuerte influencia kawaii, permite a su vez una mejor aceptación de las políticas nacionales por parte de los ciudadanos.
Documentos oficiales y mensajes de bien público apuestan por las adorables figuras que, para los occidentales, parecerían exclusivas del público infantil. La práctica demostró su fuerte impacto en los adultos, seducidos por las sensaciones positivas de afecto, tranquilidad o ternura emanadas de las imágenes.
Varios ministerios tienen mascotas kawaii, en su mayoría sometidas a votación popular, también es el caso de las ciudades japonesas más importantes, las dependencias locales de la policía y los bomberos, asociaciones de turismo, escuelas y universidades.
Podemos apreciar las mascotas en carteles y videos promocionales, sellos postales y hasta en las pintorescas tapas de alcantarillas distribuidas por toda la geografía nacional.
Posicionado como un segmento de la cultura pop, el auge kawaii se inició en la década posterior a 1960 con la comercialización de animales de peluche y las primeras muñecas “Licca-chan” (tan populares en Japón como Barbie en Estados Unidos).
Diez años después, la publicidad halló un nicho de mercado en un tipo de escritura utilizado por las estudiantes niponas denominado “Marui-ji” que incluía caracteres adornados con dibujos de animalitos y corazones.
Con el surgimiento de Hello Kitty, lo kawaii embargó el corazón de todo el archipiélago nipón, poseído por el espíritu consumista en una época de esplendor económico.
ACTITUD DE VIDA
En los 90, la cultura otaku asumió la estética kawaii. El universo de fantasía propio del manga, el anime y los videojuegos, convertido en fenómeno de masas dentro y fuera de Japón, incluyó personajes tiernos a sus narrativas e, inclusive, capitalizó el concepto para dar paso a lo “moé”, relativo a la euforia o adoración ante lo bonito.
De esta nueva dimensión subcultural surgieron otras corrientes estéticas como Guro-kawaii (grotesco-tierno), ero-kawaii (erótico-tierno), kimo-kawaii (escalofriante-tierno) y busu-kawaii (feo-tierno), en los cuales la ternura se limita al diseño de personajes y comportamientos aniñados.
La industria creativa asociada a lo kawaii permeó las actitudes y la moda de muchos otakus, originando tribus urbanas en torno al cosplay y los atuendos Lolita.
En el barrio tokiota de Akihabara suelen agruparse con mayor frecuencia personas que encarnan a sus personajes de ficción favoritos y cuya caracterización supera la mera indumentaria. Para este grupo, la práctica del cosplay es más que un disfraz de ocasión e implica asumir hábitos, formas de hablar, comportarse y sentir.
A principios de agosto tuvo lugar en la ciudad de Nagoya, prefectura de Aichi, la XX Cumbre Mundial del Cosplay, considerado el mayor evento de su tipo en el orbe. Esta peculiar celebración, con eco en otros países, demuestra la magnitud, organización y aceptación social del fenómeno.
De vuelta a la capital, jóvenes vestidas como criadas victorianas del siglo XIX, con faldas a la rodilla y orejitas de gato, invitan a los transeúntes a los maid cafés y los tratan de “amos”. Las chicas encarnan el fetiche de la mujer bonita e inocente tan recurrida en las historietas niponas.
Las defensoras de la moda Lolita, por su parte, adoptaron la vestimenta inspirada en siglos pasados como expresión de rebeldía y libertad frente a los cánones conservadores que restringían el rol social de las mujeres en Japón.
La tendencia se ramificó en varios estilos, entre los cuales destaca el gótico como el más antiguo y reconocible debido a sus colores blanco y negro, respaldado principalmente por las marcas Metamorphose, Alice and the Pirates y Moi-même-Moitié.
Asimismo, sobresalen por su popularidad el sweet Lolita (basado en temas de fantasía e infantiles como los cuentos de hadas) y el classic Lolita (con menor pomposidad, usualmente acompañado de pequeños sombreros, gorros bonnet o lazos).
La gran maquinaria en torno a lo kawaii creó también un subproducto asentado en la cultura de masas denominado idols, que encarnan jóvenes artistas pop multifacéticas cuya principal virtud es reunir las características físicas de una adolescente bella y pura sin mucho talento, capaz de triunfar gracias a su gran fuerza de voluntad.
Existen idols virtuales que utilizan programas de síntesis de voz como Vocaloid y, tal cual lo hacen sus homólogas de carne y hueso, inspiran a los fanáticos, marcan tendencias de moda o llenan estadios con sus conciertos.
En ambos casos, las estrellas de pop figuran como estelares agentes de ventas. Los fieles seguidores “wotas” (considerados otakus) compran todo lo que las jóvenes promocionan durante sus amplias agendas mediáticas al servicio del mercado.
PALADAR ATRAPADO A LA VISTA
En los maid cafés de Tokio las camareras victorianas no solo visten de forma peculiar, también dibujan motivos kawaii sobre la bebida o comida del cliente, que bien puede ser una hamburguesa con cara de oso o una albóndiga con ojos y bigotes, abrigada por una tortilla de huevo.
Esta práctica de enternecer la presentación de los alimentos resulta otra variante de los usos comerciales de lo kawaii, atractivo tanto para adultos como para niños.
Un día de hanami (contemplación de los cerezos florecidos) en la capital, experimenté en primera persona el gancho de los detalles “inocentes”, al realizar una cola kilométrica para comprar simples dulces de harina con la forma de Kitty y Doraemon (otro personaje clásico de las historietas japonesas).
Con mayor predominio sobre los postres, la impronta kawaii radica en las formas y diseños conferidos a los alimentos, por lo general de pequeño tamaño, redondeados, de colores pasteles, alegóricos a animales, dibujados con salsas o impresos hasta en tres dimensiones.
ARTE ¿KAWAII?
Los circuitos del arte en Japón coquetean libremente con el estilo kawaii. A veces los creadores visuales rozan lo kitsch (estética cursi o trillada) en medio de tantos corazones, purpurina, animalitos y demás motivos infantiloides.
Entre los principales exponentes sobresale Takashi Murakami, renombrado posmodernista japonés fundador del movimiento superflat, criticado por muchos y amado por otros debido su habilidad para navegar las turbias aguas entre arte y consumismo.
El artista recurre a las imágenes planas sin tridimensionalidad, típicas de las representaciones kawaii, pero también del nihonga (pintura tradicional japonesa), de los ukiyo-e (grabado japonés), del manga y del anime.
La “flor sonriente”, presente en varias de las piezas de Murakami, resume por excelencia la adopción de la estética kawaii por la simplicidad de los detalles, la línea negra de los contornos, los tonos pastel, los ojos llamativos, la ausencia de elementos faciales (en este caso la nariz) y la perturbadora expresión de felicidad.
Su policromático mundo creativo explota la puerilidad bien recibida por las masas, sin embargo, cuestiona a la vez la superficialidad de la cultura consumista nipona de posguerra, influenciada por el mercantilismo occidental.
Al final se trata de una cuestión de interpretaciones subjetivas, pero cabría preguntarse si en las obras de los artistas defensores del género subyace un verdadero compromiso con el código kawaii, incluso desde una postura crítica, o si solo apostaron por el camino más rápido al éxito comercial.
Sería sumamente reduccionista considerar lo kawaii una moda pasajera o frívola. A pesar de la millonaria industria y la acción política intencionada que lo sustenta, el movimiento devino expresión social histórica casi espontánea, capaz de revolucionar los patrones culturales nipones e imponerse como un sello identitario del país.
arb/lcp