Pero ya desde antes se tejían leyendas sobre su imbricación con este pegajoso ritmo de acordeones que, según expresó, tiene algo que «cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”.
Siempre el Gabo remarcó el valor poético de la música vallenata, cuyo origen está anclado a la tradición oral campesina desde hace dos siglos y se deja sentir cadencioso en el valle del Magdalena y más allá.
Estudiosos de Cien años de soledad, la obra que le dio el Nobel, plantean que la saga de los Buendía y el rosario de historias sucedidas en lo más inhóspito de Macondo, el pueblito con tejas de barro y aguas diáfanas, es una crónica al estilo de las que contaban los juglares vallenatos al compás de la caja, la guacharaca y el acordeón en las parrandas musicales del Caribe colombiano.
«Esos vallenatos narraban como mi abuela», confesó el famoso hijo de Aracataca sobre una música que lo hechizaba desde niño y al mismo tiempo encendía su genio movido por el acordeón, instrumento descrito en esas tierras como proletario y que ha tomado carta de nacionalidad incorporándose a los elementos del folclor nacional.
El investigador colombiano Alonso Sánchez Baute disertó este año en la Feria del Libro de La Habana sobre la música vallenata y los juglares que la han traído a nuestros días.
Como en el realismo mágico del Gabo, Baute dijo comentó que no hay certeza de cómo entró el acordeón a Colombia, pues la leyenda prevalece al respecto y dijo que el instrumento llegó tras el naufragio de un barco europeo cuando las olas dejaron un lote de estos en la costa de un pueblo caribeño.
Luego, cuentan que a mediados del siglo XIX, un tal Nandito el cubano le sacó sonidos al acordeón que después los colombianos siguieron tocando hasta desarrollar el género vallenato y los cuatro aires: puya, son, paseo y merengue.
Los juglares más importantes de esta música en Colombia son Leandro Díaz y Rafael Escalona.
García Márquez y Leandro Díaz fueron amigos muy cercanos, tanto así, que la novela El amor en los tiempos del cólera se iba a llamar originalmente La reina coronada, el título de una canción del artista guajiro.
Aunque el laureado escritor no pudo usar ese nombre por temas de derechos de autor, el compositor se sintió muy honrado por este detalle del Nobel.
Según otro investigador colombiano, Daniel Samper, uno de los más conocedores de este género musical, la novela Cien años de soledad bien pudo llamarse Cien años de vallenato.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)