Resulta una conclusión a la trama que inició cuatro años atrás cuando la embajada del país norteño aquí alegó agresiones teledirigidas contra diplomáticos y agentes, previamente sanos, que presuntamente sufrieron iguales padecimientos, léase daños auditivos y cerebrales.
Las acusaciones y elucubraciones desde Estados Unidos llegaron a manejar la hipótesis de la utilización de un ‘arma misteriosa’, de alta tecnología, con variantes que iban desde armamento sónico, infra y ultra o micro-ondas.
Se llegó incluso a señalar a terceros países que podrían poseer tal arma super secreta, todo al estilo de un guión de la saga de James Bond.
No era casual que en la Casa Blanca mandara el presidente Donald Trump, comprometido desde su campaña electoral con los sectores anticubanos que promovían el descarrilamiento del proceso de normalización iniciado entre ambos países al final de la administración de Barack Obama.
Se le llamó el Síndrome de La Habana, y fue utilizado por actores políticos en Washington y Florida que apostaban por la ruptura de los nexos bilaterales.
Aquel fue el pretexto del Gobierno de Estados Unidos para cerrar su consulado en la capital cubana y retirar a la mayor parte del personal de la embajada.
Parecía una medida contra las autoridades de la pequeña isla caribeña, pero fueron desde entonces los ciudadanos quienes padecieron las sucesivas decisiones para obstaculizar los viajes entre ambas naciones.
Desde entonces los cubanos que aspiran a reunirse con sus parientes residentes en Estados Unidos deben viajar a un tercer país, por ejemplo Guyana y México, para aspirar a obtener una visa estadounidense, muchas veces denegada.
No hay que ser matemático para darse cuenta de lo costoso que ello supone, amén de que fueron eliminadas por ucase visas que tenían vigencia y la posibilidad de renovarlas.
Quedaron proscritos los puertos cubanos para los viajes de cruceros y de otras embarcaciones. Los vuelos charters dejaron de volar y también lo hicieron los de aerolíneas comerciales que conectaban a aeropuertos estadounidenses con otros de la ínsula.
Comenzó una cacería contra los embarques de combustible a Cuba a fin de provocar la paralización de actividades económicas y de servicios esenciales para fomentar las penurias a la población.
Pasaron cuatro años y 240 medidas hostiles contra Cuba sin que se demuestre que realmente hubo agresión sónica en La Habana, sostuvo recientemente en comparecencia televisiva la subdirectora para Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores, Johana Tablada.
La diplomática aseguró que su Gobierno le prestó la máxima atención al asunto, con una ‘investigación criminal exhaustiva’ en la que participaron profesionales de distintas ramas, tanto médicas como científicas.
Del lado estadounidense, recordó, Cuba cooperó con el Buró Federal de Investigaciones, funcionarios gubernamentales y expertos médicos.
La diplomática señaló a Mike Pompeo, primero en su puesto como director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y luego secretario de Estado, entre los promotores de esas decisiones, bajo el pretexto de la agresión sónica.
La mano de la CIA estuvo detrás de la farsa del llamado Síndrome de La Habana, aseguró a su vez el general de división (retirado) Fabián Escalante, estudioso de las actividades de esa agencia contra Cuba y quien debe de tener un abultado dossier en los archivos de Langley.
¿Cómo emitir una onda radial que afecte a unos sí y a otros no?, cuestionó el experto al referirse a los incidentes descritos por diplomáticos estadounidenses.
Así lo confirma, además, un informe del Departamento de Estado norteamericano, desclasificado recientemente, que ratifica la falta de pruebas para vincular a Cuba con los misteriosos problemas de salud que afectaron a los funcionarios de la nación norteña.
El texto sugiere que la orden de Trump para desmantelar la embajada de La Habana a principios de 2018, como reacción a los ‘ataques sónicos’, fue una ‘respuesta política plagada de mala gestión, falta de coordinación e incumplimiento de procedimientos’.
La desclasificación ahora de este informe no es casual, y apunta a un momento de cambio en la política de Estados Unidos hacia Cuba con la llegada al poder del demócrata Joe Biden.
Pero ello no asegura que quienes estuvieron detrás de la trama del llamado Síndrome de La Habana cejen en sus conspiraciones para impedir un deshielo entre Washington y La Habana.
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