Así lo confirman estudiosos de aquel hecho histórico que trascendió por su capacidad posterior de generar un movimiento articulado de denuncia política a favor de la liberación nacional.
Sobre las cuatro de la tarde de aquel domingo 18 de marzo, un grupo liderado por el joven escritor Rubén Martínez Villena interrumpió un acto donde participaba el entonces secretario de Justicia, Erasmo Regüeiferos, para protestar por la compra del Convento de Santa Clara de Asís.
El ‘negocio repelente y torpe’, como lo calificara Villena, comprendió la adquisición por parte del Estado de ese inmueble a un precio exorbitante de más de dos millones de pesos que permitirían al presidente Zayas quedarse con una parte del dinero.
Al día siguiente, el diario El Heraldo de Cuba publicó un manifiesto firmado por 13 jóvenes, participantes en la protesta, que anunció el inicio de un movimiento de reacción contra la corrupción de los gobernantes.
Según Martínez Villena, este acto ‘dio una fórmula de sanción y actividad revolucionaria a los intelectuales cubanos’.
Asimismo, esto propició la creación de la Falange de Acción Cubana (abril de 1923) que conformaron además Juan Marinello, José Zacarías Tallet, Emilio Roig de Leuchsenring (después primer historiador de la ciudad de La Habana), entre otros.
De hecho, el escritor y político Marinello refirió sobre la protesta que fue ‘la primera expresión política de nuestros intelectuales, como grupo definido’.
Por su parte, la ensayista cubana Graziella Pogolotti destacó la capacidad de Villena para aglutinar a intelectuales, inspirar el manifiesto y entregarse posteriormente a las tareas de la militancia comunista.
Después de este acontecimiento, ‘los escritores y artistas coetáneos de Mella (Julio Antonio) y Rubén abandonaron el ensimismamiento de sus predecesores. Accedieron a la prensa y fundaron revistas’.
En sus estudios Pogolotti aborda el diálogo entre lo cubano y lo universal, la definición de voces como la de Nicolás Guillén (poeta nacional) y Regino Pedroso, la articulación del grupo Orígenes, por citar ejemplos de artistas y escritores que se entregaron ‘a la tarea de pensar y hacer la nación’.
En opinión de la ensayista, para los autores cubanos, más allá de diferencias en lo estético y en lo filosófico, ‘la reivindicación de la soberanía nacional y la conquista de la justicia social se convirtieron en aspiraciones irrenunciables’.
Por este motivo, Pogolotti subrayó que el vínculo de los intelectuales con la Revolución de enero de 1959 ‘no responde a privilegios concedidos para producir alabarderos oficialistas’.
‘Se fundamenta en experiencias de vida, en una memoria histórica vigente y en la resistencia ante el asedio de un imperio tozudamente empeñado en torcer el destino de la nación’.
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