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Embrujos y convicciones del apóstol de Cuba en Panamá

Panamá, 27 mar (Prensa Latina) Lleno de esperanza y en busca de apoyo material y espiritual para la causa independentista de Cuba, arribó José Martí a las playas de Panamá en la mañana del 27 de junio de 1893.

Martí, a quien entonces llamaban el apóstol de la libertad de Cuba, llegó a suelo istmeño en tránsito hacia Costa Rica, donde debía encontrarse con el general mambí Antonio Maceo, quien salió de la isla caribeña como parte de un forzoso exilio tras la Protesta de Baraguá, el 15 de marzo de 1878.

En ese acto, el Titán de Bronce se negó a aceptar el acuerdo de paz suscrito el 10 de febrero de 1878 entre dirigentes políticos y militares del Ejército Libertador y las tropas españolas bajo el nombre del Pacto del Zanjón, el cual dio fin a la Guerra de los Diez Años (1868-1878).

Aunque con anterioridad Martí tuvo la oportunidad de reunirse en tierras canaleras con Maceo, quien trabajó como contratista entre 1886 y 1888 en el proyecto francés del canal de Panamá, fue esa visita (1893) la que acaparó titulares en la prensa del Istmo.

‘Era un hombre pálido, nervioso, de cabello oscuro y lacio, de bigote espeso bajo la nariz apolínea, de frente muy ancha, como un horizonte, de pequeños y hundidos ojos, muy refulgentes, de fulgor sideral. áQué infantil y luminosa sonrisa! (…)’, así describió entonces a Martí el periodista Urbina en La Estrella de Panamá.

Guiado por doctrinas libertarias que pregonó por el mundo, el Héroe Nacional de Cuba visitó la casa de Francisco Morales, un prestigioso y rico cubano instalado en la nación centroamericana desde hacía varios años, en la que explicó a los presentes los principios de su apostolado.

La decana del periodismo panameño reseñó que fue el doctor Manuel de Jesús Coroalles, originario de la central provincia cubana de Sancti Spíritus, el que presentó al orador con frases cálidas que dibujaron la silueta moral e intelectual del fundador del Partido Revolucionario Cubano, que desde la emigración laboró incansablemente por la independencia de la isla caribeña.

‘No hizo Martí una pieza oratoria para halagar el oído de los presentes… en términos acertados y mejor pensados expuso el objeto y el modus operandi del actual movimiento revolucionario que no quiere arranques ni precipitaciones, sino calma y cálculo fijo con éxito y hasta con facilidad al precioso objetivo’, escribió el cronista en el diario, el 29 de junio de 1893.

‘Explicó a sus compatriotas cuanto más claro que pudo la situación del peligroso momento; con el alma, pidióles perseverancia y fe en los grandes designios de hacer a Cuba independiente.

‘Con tino exquisito tocó los grandes problemas sociales y políticos para resolver cuando llegue el momento del gobierno propio de la isla, disertando también sobre la República que él no la entiende ni demagógica ni autoritaria, ni disociadora ni absorbente, sino República trabajadora, evangélica y pacífica, sin exclusiones odiosas ni personificaciones de la ambición, en donde quepan fraternalmente todos los elementos sanos y todas las aspiraciones legítimas. República sin privilegios disimulados y sin usurpaciones audaces’, acotó Urbina.

Tras ‘encendido y fervoroso’ discurso, todos quedaron conmovidos y contribuyeron en la medida de ‘sus fuerzas económicas, al dar al romero maravilloso el óbolo para la revolución cubana, dinero que había de convertirse en armas y pólvora para combatir la tiranía que oprimía el corazón de Cuba’, reseñó la doctora panameña Concha Peña el 30 de enero de 1955.

Fue el numeroso grupo de cubanos que laboró en la construcción del canal interoceánico y los que se establecieron en el país istmeño para hacer comercio en la ciudad, los que recibieron a Martí, al que conocían por su arenga revolucionaria y producciones literarias, publicadas en los periódicos del continente.

Muchos fueron los panameños que contribuyeron a la ‘causa sagrada’ de liberar a Cuba de la metrópolis española, entre ellos integrantes de la redacción de El Cronista y el Deber, a los que se sumaron ilustres políticos, empresarios y otros personajes anónimos.

Pero antes de partir, con ‘sus ojos inundados de lágrimas’ al comprobar la generosidad del pueblo istmeño, las últimas palabras del apóstol cubano fueron de aliento: ‘Que el cielo los premie, y os haga comprender vuestro propio deber’, refirió la crónica del rotativo.

car/npg

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