A la par están los minerales infiltrados por el agua en el manto acuífero y las altas temperaturas del entorno geográfico, ahí radican los otros aportes del entorno natural que le imprimen un sello de suavidad a la bebida insignia del País de Lagos y Volcanes.
En la caña de azúcar cultivada en las faldas del cono más alto y activo de Nicaragua, aseguran, radica el secreto de este elíxir que ya cuenta con 131 años de historia.
Solo ocho kilómetros median entre el coloso y la destilería que tiene su origen en la fundación del ingenio azucarero San Antonio, aledaño al pueblo de Chichigalpa, por el emigrante genovés Alfredo Francisco Pellas
Lo contaron tanto que ya calza ribetes de leyenda. Los primeros litros de ron joven producidos con los alcoholes residuales de la producción de azúcar del San Antonio en su breve tránsito por el siglo XIX eran un ingrediente de las primeras celebraciones de fin de cosecha.
Los destilados más añejos los reservaba para sí la familia propietaria del molino, tal vez sin sospechar que asistían al nacimiento de una marca que llegaría a ser sinónimo de Nicaragua en las barras de los bares de medio mundo.
ANTIGUOS TONELES DE BOURBON
Pero si la tierra caldeada del San Cristóbal y sus jugos incorporados a los tallos de la gramínea garantizan una parte de la singularidad del Flor de Caña, la otra habita en el interior de las barricas donde madura la cepa.
Son toneles de roble blanco americano que antes sirvieron en destilerías estadounidenses para almacenar whiskey bourbon, lo cual le confiere un curado (envejecimiento) especial a la madera.
Cada barrica cuenta de 32 a 36 duelas, media docena de aros metálicos y sus respectivas tapas inferior y superior, y pasa primero por un proceso de prearmado antes de entrar a la máquina resocadora hidráulica que termina su conformado.
El sello nicaragüense de la tonelería lo ponen las hojas de plátano empleadas en el lacrado de las tapas de los pequeños barriles.
EL IMPUESTO DE LOS ÁNGELES
Otra marca de estilo muy propia es la sombra que le regala el árbol nacional de Nicaragua, el madroño, a las bodegas de añejamiento.
Al interior de una de esas naves donde madura el Flor de Caña, en la penumbra que envuelve las altas estibas de barriles, el espacio que le roba a la visión se lo regala al olfato y al tacto.
En las industrias destiladoras el olor característico de esos recintos fue bautizado como “el impuesto de los ángeles”, por aquello de que los serafines bajan del cielo, bendicen el licor y en pago se llevan el seis por ciento del contenido de los toneles.
La sombra de los madroños no es suficiente, en un clima tan caliente como el del occidente de Nicaragua; mantener la temperatura de las bodegas entre 28-29 grados Celsius resulta un reto.
Paneles aislantes en el techo y un sistema de humidificación complementan el trabajo de reducir las altas temperaturas de la zona volcánica por excelencia del país.
Cada tonel contiene 200 litros de alcohol, cifra de la cual por año los angelitos se cobrarán 12, y entonces debe procederse al rellenado con un ron de su mismo año de “nacimiento”.
CINCO DESTILACIONES Y HASTA UN CUARTO DE SIGLO DE ESPERA
Pero el proceso comienza mucho antes, cuando la caña de azúcar pasa por las maquinarias de la fábrica original, en este caso el San Antonio, que le extrae el grano dulce por excelencia y la melaza.
La segunda, una miel muy oscura, mediante un proceso de fermentación logrado con la adición de agua y levadura se convierte en alcohol (impuro).
Tendrá que pasar hasta cinco veces por la destilación para poder obtener la máxima pureza antes de pasar a los barriles.
Una vez que el líquido entre en su hábitat anterior a la botella, y según el tipo de ron que se quiera ofrecer al consumidor, habrá que esperar entre cuatro y 25 años.
Los rones de Flor de Caña responden a un sello de fabricación, SlowAged, una forma de añejamiento natural muy lento, lo cual implica que los 25 años litografiados en la etiqueta se correspondan con el tiempo real del líquido en el interior de las barricas.
EL MACUÁ, EL TRAGO DE NICARAGUA
Si Brasil se enorgullece de su Caipirinha y Cuba del Mojito, México tiene a su Margarita señoreando en las barras y en Perú el Pisco Sour es un emblema, Nicaragua le confiere la representación nacional de los tragos a El Macuá.
A diferencia de sus congéneres latinoamericanos el trago nica es apenas un adolescente, pues fue patentado a finales de 2006 en un concurso patrocinado por Flor de Caña que tuvo como ganador a ¡un médico pediatra!
Insólito también fue su bautizo, que se corresponde con el nombre de un ave propia de Costa Rica, una especie de vencejo, a cuyo nido algunos le atribuyen propiedades afrodisíacas.
Hecha exprofeso para combatir los excesos del termómetro que en ocasiones puede coquetear con la línea de los 40 grados centígrados, la mezcla tiene como esencia una onza y media o dos de ron.
Y el Añejo Flor de Caña Siete Años se pinta solo para darle forma al brebaje. Aunque el Añejo Oro Cuatro Años tampoco estaría mal.
Al elíxir salido de las faldas del volcán San Cristóbal pasando por las bodegas de Chichigalpa le acompañarán en el vientre de la coctelera, junto a los cubos de hielo, otras dos onzas de jugo de guayaba, una de zumo de limón recién exprimido y un cuarto de onza de almíbar.
Lo demás se resume en que el barman agite su instrumento de trabajo con todo el vigor posible durante medio minuto y corone su obra con una rodaja de naranja y una cereza marrasquino sobre el borde de un vaso Collins.
RON Y SOCIEDAD
Como en buena parte del mundo aquí los bares son una institución para socializar, sobre todo a partir del atardecer de los viernes, alrededor de los espíritus liberados de la botella.
Por lo general esos establecimientos están asociados a restaurantes y grills, donde las “boquitas” (pasta de frijoles, lascas de jamón y queso, papas, chicharrones) hacen más placentera la ingesta etílica.
En ambientes pueblerinos la gente bebe los aguardientes populares como los de las marcas Caballito, Caballito Suave, Tayacán, Cañita, Joyita, Estrellita, producidos por la misma firma que el emblemático Flor de Caña.
Acompañados por las “boquitas de pájaro”, es decir mangos celeques (verdes), jocotes (ciruela) y grosellas con sal, para aliviar el “escopetazo”.
arb/fgn
(*) Este trabajo contó con la colaboración de PLTV, Amelia Roque, Adriana Robreño, Yanet Llanes, Alberto Corona y el editor web Rey Dani Hernández.