Ese día, un bombardeo en las cercanías de Minas de Frío descargó sus metrallas sobre un bohío entre los cafetales, destruyendo la vivienda del campesino Mario Sariol, cerca del campamento de la guerrilla en la Sierra Maestra, al oriente de la isla.
Mario estaba en el secadero de café y al regresar encontró todo arrasado.
El campesino apenas atinó a recoger entonces algunos pedazos de las bombas y cohetes que cayeron para presentárselas a Fidel Castro en el campamento.
Los restos de las armas mostraban la inscripción USAF (United States Air Force).
En carta enviada a la luchadora Celia Sánchez, ese mismo día, el guerrillero detalló los horrores del siniestro y su indignación por el apoyo de Washington a la dictadura de Fulgencio Batista.
‘Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo’, escribió.
La posterior historia confirmó el devenir del revolucionario que desde el 1 de enero de 1959 lideró uno de los movimientos insurgentes más influyentes para América Latina.
‘Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero’, agregó en la misiva.
Con la victoria de 1959, la Revolución cubana desafió a los Estados Unidos como un modelo de la resistencia latinoamericana y de otras partes.
El proceso cubano transformó la dependencia establecida en la Doctrina Monroe con un impacto mucho mayor en el continente que el de cualquier otra insurrección latinoamericana del siglo pasado.
Cuba, además, consiguió modelos ejemplares de educación y salud gratuitas, con valiosos resultados para el mundo, a lo que se añadió la colaboración internacional y la integración de proyectos latinoamericanos como el ALBA-TCP o la Celac contra la dominación imperialista.
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