Te conocí hace algunos lustros en ese programa Buenas tardes mucho gusto. Después vinieron otros pero no había dupla como vos y Juanita. Todos criticaban tus comidas caras y sacaste el libro cocinar no cuesta nada. Toda la Argentina usa tus recetas.
“Pato a la naranja y milanesas, cualquiera de tus platos nos volaba la cabeza. Íbamos de fiestas y de borracheras, hasta que probamos tu lasaña rellena (…)”. Así cantaba como sentido homenaje Aguante Baretta, una banda de rocanrol que por estos puertos y hace mucho decidió no sé por qué bautizarse con el nombre de un poli de ficción de la pantalla breve estadounidense.
EL LIBRO MÁS VENDIDO Y LEÍDO
En 1904, en Buenos Aires, Alberto M. Haynes fundaba la revista El Hogar, ícono del periodismo vernáculo del siglo XX. Jorge Luis Borges fue uno de sus columnistas, entre 1935 y 1958. Roberto Arlt, entre 1937 y 1942.
Quizá los escritores más representativos de la literatura argentina, pero una señora alejada de las letras, de sus luces y vanidades, no sólo compartía con ellos algunas páginas de El Hogar, sino que ya para ese entonces había publicado el libro más vendido y leído de nuestra historia editorial; por supuesto que superó en incontables ejemplares a El Aleph y a Los siete locos.
La obra cumbre de Petrona Carrizo de Gandulfo fue un recetario de cocina -El libro de doña Patrona -, y a ella me permito calificar, sin temor a grosero error, como “la cocinera de la patria”. Fuera de toda babosería política, también como la mujer que más influencia cultural ha ejercido sobre esta sociedad.
Sepa disculparme el peronismo, por la supuesta irreverencia ante Evita y el movimiento de mujeres, porque la Petrona no cuenta con los galardones de la corrección política a la moda pero sí con miles de mujeres que atesoraban copias de sus recetas entre hojas de biblias y misales.
Y lo es hoy, aún en tiempos de vorágines algorítmicas en las redes, desde las cuales cualquier dicharachero con pinta de cucharón de madera descascarada se cree rey o reina de las hornallas, y tantos cocinerillos flacos -¡siempre sospechad de ellos, así como de los abstemios! -, que con aires de modelos de alta costura blasfeman horrores de ortografías y de pronunciaciones culinarias.
Por ejemplo, allá por los 90 del XX, cuando el auge de la TV por cable en toda nuestra América y con él el surgimiento de canales temáticos, como Gourmet.com, entre otros, uno de los más afamados cocineros de catálogo de este país, nene bien de familia rica, salaba sobre la sartén crujiente los huevos que freía.
Cometió una barrabasada técnica de semejantes proporciones -con salpicaduras hasta la jeta-, por la cual mi abuelo italiano y diestro con los cucharones hubiese lanzado la más sonora de sus famosas pedorreas, con los dedos puestos en O sobre los labios.
ESPEJISMO COMUNICACIONAL
La marejada tecnológica irrefrenable de finales del XX y comienzos del XXI provocó un verdadero terremoto. El viejo papel y hasta la radio misma sucumbieron ante Youtube, Facebook, Google y otros gigantes de la comunicación, que marcan el ritmo mundializado de una verdadera vorágine de recetas, opiniones, publicidades y divulgaciones culinarias de toda ontología y color. Sobrevive la TV, aunque ya cautiva del “streaming”.
Nos rodea un espejismo de ampliación democrática en lo comunicacional, según el cual millones de varones y mujeres de a pie podemos contactarnos con otros millones de iguales para intercambiar usos del comer y del beber.
Falso. El algoritmo achica ese mundo imaginado hasta dimensiones que en el mejor de los casos llegan a ser similares a las de nuestros barrios y familias, a la vez que organizan datos sobre nuestros gustos y tendencias.
Esto para ser suministrados al entramado empresario gastronómico, alimentario, turístico y bancario, de forma tal que éste expanda sus negocios a costillas de las fantásticas alucinaciones de libertad y pertenencia que padecemos y contra las cuales por ahora no existen las vacunas.
El algoritmo y el sistema de comunicabilidad global están al servicio también de aquella fauna de cocinerillos saladores de huevos sobre la sartén, quienes sumados a dizque periodistas y a los denominados “influencers” de toda laya publicitaria, se han convertido en los responsables de la ola incesante de contaminación informacional en boga:
Recomendaciones y recetarios, vanos narcicismos, y negocios más jugosos que la más dulce de las dulces guayabas, como los son lo del comer y el beber por TV, para el engorde de la alforjas de la comunicación dominante.
Ese es el caso, para citar un ejemplo de última resonancia, del ciclo MasterChef, con un gran éxito entre el público global que sabe metabolizar esa furia imparable de la frivolidad colectiva y seguidora de las llamadas celebridades, una suerte de orgasmo de papel y plastilina sobre las pantallas de televisores, computadoras y smarts, a gusto de los consumidores.
Pero qué felicidad poder afirmarlo desde los trabajos de investigación del Seminario sobre Periodismo, Comunicación y Cocina como Patrimonio de Cultura y Soberanía que dicto en la Universidad Nacional de La Plata:
Más allá de los espejismos de la globalidad aún no apareció por aquí ninguna experiencia comunicacional/culinaria, ni por densidad ni por masividad medida en términos relativos, comparable a las que supo desplegar doña Petrona C. de Gandulfo.
SEÑORA Y REINA
Desde sus tiempos en El Hogar y hasta su retiro, a fines de la década del ’70, ella fue señora y reina de los programas radiales sobre recetas y recomendaciones culinarias. Las emisoras El Mundo, Argentina y Excelsior la tuvieron entre sus luminarias.
Y cuando el viejo canal 7 de TV comenzó a emitir, en 1953, fue ella la animadora de ciclos como Variedades Hogareñas, Jueves Hogareños y por fin Buenas tardes, mucho gusto, el gran éxito de los años ’60 y jamás hasta ahora superado en audiencia.
Doña Petrona debía responder a lo que ahora se denomina “un mailing” cercano al millón de personas, la mayoría de ellas mujeres y de las distintas clases sociales, porque la cocinera de la patria llegaba tanto a la señora rica, que si acaso comentaba las recetas con su mucama, como a las amas de casa de las barriadas populares.
Entonces bien vale despedirse con el estribillo de aquel rocanrol de nuestro primer párrafo, aunque antes recordar lo siguiente: la cocina es femenina, anónima, de creación colectiva y surgente de la pobreza.
Ahora sí, como corea Aguante Baretta …“Palmitos con salsa golf… ¡Oh Petrona, cocinera de la patria, precursora del sabor…!”.
arb/ved
*Profesor de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Colaborador de Prensa Latina.