La puesta de sol por entre los mogotes, distintas tonalidades de verde, casas de madera, auténticas en su rusticidad, la niebla misteriosa que rodea a las palmas, y un campesino, coronado con el típico sombrero de guano, son algunas de las postales del lugar quizás más famoso en la geografía pinareña.
Publicaciones especializadas en turismo lo consideran entre las áreas de mayor atractivo de Cuba, por su belleza, la conservación del medio ambiente y la armónica acción del hombre en el cultivo de frutos menores y tabaco, marca país.
Una visita al sitio declarado desde 1999 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, como Patrimonio de la Humanidad, podría incluir un paseo en bicicletas, a caballo o en auto, aunque hay quienes prefieren una caminata y desde sus propios pies detenerse a admirar la belleza del valle.
Para los amantes de la aventura, el parque nacional tiene reservado el senderismo y un canopy, que en sus cuatro tramos regala altas dosis de adrenalina.
Otras opciones vienen dibujadas entre formaciones rocosas, como la Cueva del Indio, con su río subterráneo, o el Mural de la Prehistoria, uno de los mayores frescos a cielo abierto del mundo, y obra del pintor y científico Leovigildo González, discípulo del muralista mexicano Diego Rivera.
También atraen al visitante allí decenas de sitios arqueológicos, los dos sistemas cavernarios más extensos de Cuba, una amplia biodiversidad y especies endémicas, como la palma corcho (considerada fósil viviente), además de la posibilidad de ser este el primer geoparque en el territorio nacional.
El poeta español Federico García Lorca una vez comparó al valle con una manada de elefantes dormidos; la escritora cubana Dora Alonso pidió como última voluntad que sus cenizas fueran esparcidas en Viñales; y una lluvia de fragmentos de meteorito concedió, el 1 de febrero de 2019, más magia al lugar.
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