Hay quien asegura que tiene un poco más de un centenar de aberturas, exactamente 110, entre postigos, ventanas y puertas.
Esta joya arquitectónica, considerada como la primera edificación de dos plantas de la villa espirituana, se erige en el eje central de la urbe, a pocos pasos de la Iglesia Parroquial Mayor, el emblemático puente sobre el río Yayabo y el Teatro Principal.
Conserva valiosas colecciones de artes decorativas de variadas manufacturas, así como muebles elaborados con maderas preciosas, mármoles, mamparas, vitrales de medio punto, techos de gruesas vigas, artísticas verjas y una delicada fuente en el centro del patio.
El mueble más antiguo de la casa posee cuatro gavetas con tiradores de plata, y una quinta y secreta, oculta en la moldura.
Según ha trascendido hasta nuestros días, el piano en la sala de música fue adquirido para la joven de la familia, quien jamás puso un dedo sobre sus teclas, sin importarle el sudor de los esclavos que lo trajeron en hombros desde el puerto de Casilda, en Trinidad.
El poderío de los Valle-Iznaga les hizo ser un tanto arrogantes por lo que en un juego de palabras adoptan como lema familiar el siguiente: ‘El que más vale no vale tanto como Valle vale’.
Ni siquiera los dormitorios escapan del exquisito detalle, donde sobresale la fina lencería, y aparecen ambientados acordes a las personas que allí descansaban.
La suntuosa casona exhibe un amplio comedor donde se atesoran copas de cristal, jarras de biscuit, juegos de té y café de diferentes procedencias, además de hermosas vajillas.
De acuerdo con los expertos, en la edificación se mezclan características arquitectónicas de los siglos XVIII y XIX.
El 10 de octubre de 1967 la mansión abre sus puertas, convertida desde entonces en Museo de Arte Colonial.
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