Desde ese epicentro urbano, la primera Catedral en Cuba observa también, como siempre, el andar de santiagueros que van y vienen en medio de una cotidianidad ciertamente apacible, aunque advertidos de las amenazas que se ciernen sobre esa acostumbrada quietud.
Los intentos por socavar el orden en el país que tuvieron lugar en diversos puntos de la geografía cubana durante el pasado domingo 11 impactaron en una realidad marcada ya con el agravamiento de la Covid-19 en una de las provincias con mayor número de contagiados.
En este significativo ámbito, distinguido con el nombre del prócer que inició el 10 de octubre de 1868 las gestas independentistas, cobra fuerza mayor la voluntad de defender con la vida la libertad conquistada.
Ante un recinto religioso que renació de sus cenizas a lo largo de siglos, con incendios, terremotos y otros desastres, vale así rendir homenaje a tantas madres que acudieron al lugar para protestar por el asesinato de sus hijos a manos de la dictadura de Fulgencio Batista.
Desde otro extremo de la urbe, los machetes que acompañan la escultura ecuestre del Lugarteniente General del Ejército Libertador Antonio Maceo en la Plaza de la Revolución, envían una señal inequívoca, interpretada por cientos de personas que allí se dieron otra cita de reafirmación revolucionaria.
A punto de cumplir 506 años, la Muy noble y muy leal, como define a la ciudad uno de sus tantos títulos, mantiene la calma y se regocija con la marcha de la intervención sanitaria con la vacuna Abdala que intenta resguardar la salud de miles de sus habitantes ante el embate del coronavirus SARS-COV-2.
La lluvia que apaciguó el calor reverberante dejó a su paso una imagen despejada para leer mejor ‘Aquí no se rinde nadie’, la antológica frase del comandante Juan Almeida, estampada ahora junto a su rostro esculpido por el arte.
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