Eran los tiempos del nacionalsocialismo en el poder en tierra germana, cuyo intento por subvertir el ideal de Pierre de Coubertin y de todo el movimiento olímpico fue anulado por el fuerte carácter internacionalista del evento y sus participantes, más de cuatro mil de 49 naciones.
Jesse Owens, un modesto negro nacido en Alabama, Estados Unidos, dejó pasmado a un Adolfo Hitler que había tratado de barnizar su política, en ocasión de los Juegos, con algunas medidas que resaltaran las ‘bondades’ de su régimen.
A pesar de todo, la multitud congregada en el estadio olímpico para aclamar la ‘superioridad’ teutona tuvo que premiar con una estruendosa ovación los resultados de Owens: cuatro medallas de oro en 100, 200 y el relevo 4×100 metros y el salto largo, válidas para ser proclamado el Rey de esta versión.
El atleta norteamericano refrendó así la fama que lo precedía, pues un año antes había implantado o igualado seis récords mundiales en una competencia.
En la capital alemana compiló 12 comparecencias competitivas, en las cuales nueve veces igualó o rompió marcas olímpicas y en cinco oportunidades hizo otro tanto con las del orbe.
Curiosamente, accedió a la final del salto largo sólo en su tercer y ultimo intento en las clasificatorias por fracciones de pulgada. El primero lo perdió por no haber sido avisado y en el segundo cometió ‘foul’.
Owens fue secundado en Berlín, como para rematar las esperanzas hitlerianas de copar los máximos lauros en el atletismo, por otros cuatro negros norteamericanos que se alzaron con títulos.
Los locales tuvieron que conformarse con cinco preseas doradas únicamente en lanzamientos: bala, martillo y jabalina para hombres y disco y jabalina para damas.
La historia del húngaro Oliver Halassy, integrante del equipo de polo acuático que defendió exitosamente en Berlín el título logrado cuatro años atrás en Los Ángeles (plata en Ámsterdam), es señalada como una de las más inspiradoras de los Juegos de la era moderna.
Y es que Halassy siempre compitió con una gran desventaja en relación con los demás jugadores, pues a los 11 años de edad un tranvía le cercenó una pierna por debajo de la rodilla en su natal Budapest.
Aún así, integró 96 veces la selección nacional y llegó a ser uno de los mejores exponentes del polo acuático a nivel mundial.
Por si eso fuera poco, en un campeonato europeo de natación ganó el título en los mil 500 metros estilo libre.
A pesar de que el legendario Finés Volador, Paavo Nurmi, hacía rato quedó relegado del escenario olímpico, en Berlín su nombre apareció entre los ganadores de medalla de oro, pues Nurmi se nombraba el caballo montado por el alemán Ludwig Stubbendorff, triunfador en el evento individual ecuestre de tres días.
Pocos meses antes de estos Juegos el púgil húngaro Imre Harangi fue compulsado por los médicos a hacer un alto y someterse a una operación de su severamente dañada nariz.
El boxeador rehusó y, tras clasificar en el campeonato nacional, concurrió a la XI edición olímpica y obtuvo el máximo galardón en la
división ligera. Inmediatamente después se puso a las órdenes del cirujano.
Los hermanos Godfrey, Ralph y Audrey Brown compitieron por Gran Bretaña en estos Juegos y dos de ellos se llevaron a casa preseas. El primero de los varones logró oro en el relevo 4×400 metros y Audrey plata en la posta femenina 4×100 metros.
Mohammad Ahmed Meshab (Egipto) y Robert Fein (Austria) concluyeron empatados, con récords mundial y olímpico, en el total de la división ligera de la halterofilia, por lo cual debieron ir a una decisión de los medallistas por peso corporal.
Pero ambos marcaron lo mismo al subir a la balanza y el jurado de la competencia decidió proclamarlos campeones de esa categoría.
En este propio deporte, la federación internacional no podía creer en las marcas implantadas en su país por el egipcio Khadir El Touni pues las consideraba exageradas para un peso mediano.
Pero el halterista concurrió a Berlín para probar que eran genuinas.
Touni comenzó a competir después que cada uno de los demás concursantes había concluido e implantó récords olímpicos en los tres movimientos establecidos entonces, e incluso en uno de ellos fue mundial. Su total fue superior en unos 34 kilogramos al del ocupante de la segunda plaza, el alemán Rudolf Ismayr.
Por primera vez en la historia la llama que encendió el pebetero olímpico fue traída desde Olimpia en una antorcha portada por tres mil corredores, que se relevaron cada un kilometro, a través de
Grecia, Bulgaria, Yugoslavia, Hungría, Austria, Checoslovaquia y Alemania.
Los deportistas germanos desplazaron esta vez a los estadounidenses en el sitio de honor del medallero olímpico, al capturar 33 oros, 26 platas y 30 bronces.
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