Alrededor de ella se han tejido diversas leyendas, como la apuesta entre los hermanos Pedro y Alejo Iznaga, ricos hacendados enamorados de la misma mujer, por lo que decidieron que quien construyera la obra más relevante podría optar por expresar sus sentimientos a la joven.
Cuentan que Alejo levantó la torre de 45 metros –algunos textos dicen que posee 43,5-, mientras Pedro abrió un pozo de 28 metros de profundidad.
Otra de las leyendas relaciona la torre, de siete niveles a los que se llega a través de una escalera interior, con la infidelidad de la hermosa esposa de Don Alejo, quien ordenó hacer la monumental edificación para encerrarla en el penúltimo piso. En su cruel aislamiento dicen que Juana, la esposa, perdió la razón y el deseo de vivir hasta que murió, de ahí la leyenda del fantasma de una mujer vestida de blanco que deambula en las noches por ese lugar.
La torre es uno de los atractivos que ofrece la villa de Trinidad, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1988, junto al Valle de los Ingenios, ahora envuelta en un silencio inusual a causa de la Covid-19 y a la espera de tiempos mejores.
Siglos atrás desde ahí los mayorales del ingenio Manaca-Iznaga oteaban los movimientos de los esclavos y abortaban cualquier intento de fuga, además de avisar en caso de incendio en las plantaciones azucareras.
Para los entendidos es una construcción de ladrillos de barro cocido y mortero tradicional de cal y arena, lo cual la ha dotado de una resistencia a prueba de contingencias como los tornados y huracanes.
Quienes se han encargado de contar cada escalón de esta joya de la arquitectura, hasta llegar a la cima, afirman que son 184, en tanto muchos le atribuyen un fin utilitario despojado de mitos y leyendas, y quizás con algo de ostentación.
Trinidad, la tercera de las siete primeras villas fundadas en Cuba por los españoles y una de las ciudades mejor conservadas del Caribe y Latinoamérica, sobrevive al igual que la famosa torre Manaca-Iznaga al paso de los siglos.
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