Largas y agotadoras rotaciones les esperan a la mayoría, siete o más días en una lucha constante contra la Covid-19, la desesperanza y en algunos casos en una batalla campal ante la muerte, luego salir a esperar los resultados de sus propios exámenes, en espera de no contagiarse para seguir.
En el Centro de Diagnóstico Integral de Montalbán, en Caracas, dos diminutas mujeres llaman la atención, la doctora Lilian López, procedente de la oriental provincia de Granma y con 10 años de experiencia como especialista en Medicina General Integral; y la enfermera camagüeyana Blanca Rosa Sánchez.
Sus delicadas figuras se pierden dentro de los pesados trajes de bioseguridad, y aunque es notable la molestia al andar, eso no les impide desplazarse ágilmente para atender a cada uno de los pacientes ingresados, con una dedicación extrema, que va más allá de los cuidados médicos.
Saben los nombres de todos, de qué provincia preceden en Cuba y a qué se dedican; una sonrisa, una frase de ánimo o el cariñoso regaño es prioridad para estas mujeres que no escatiman en cuidados, no hay horario, ni la más leve de muestra de molestia cuando alguien les necesita.
López, de 35 años, cumple su segunda misión en este país suramericano y aunque su labor esta vez es como médico comunitario, aseguró a Prensa Latina que dar el paso al frente para apoyar en la atención de pacientes positivos es un compromiso, más que un deber.
Siempre sonriente, la joven doctora hace historias de su familia en Bayamo, de su sobrina pequeña que le espera, de los proyectos futuros en la isla y aunque apenas lleva 10 meses en Venezuela, declara estar preparada para salir hacia la patria si fuera necesario apoyar en la batalla contra la Covid-19.
‘Ya estuve en los cerros de Caracas, en momentos difíciles y mucho más joven, trabajamos mucho y sin descanso, pero esta vez la pandemia nos impone un desafío mayor, porque es algo nuevo, letal, que se expande con facilidad y estamos todos muy expuestos…pero sólo nos queda seguir y cuidarnos’, expresa la galeno a esta agencia.
Sánchez, por su parte, exhibe una vasta experiencia como enfermera de emergencia en la isla, mientras transcurre por su séptima rotación por la zona roja en Venezuela, subraya que sentir miedo no está permitido.
‘No podemos tener miedo, sino como ayudaríamos a los pacientes, al llegar aquí todo debemos dejarlo fuera, concentrarnos en atenderlos y darles todo el amor que necesitan, ese es nuestro fin al entrar por esas puertas’, confiesa en su intercambio con Prensa Latina.
Doce horas apenas les alcanzan a estas laboriosas mujeres para realizar todo el trabajo pendiente, porque son ellas también, las que limpian, hacen los tés para sus pacientes, les alcanzan las comidas y cuanta tarea sea necesaria.
El breve descanso nocturno no es a veces suficiente para recuperar sus fuerzas o saber de la familia, porque sus mentes aún maquinan sobre los próximos tratamientos que deben aplicar, o piensan en el estado de ánimo, de quienes, más que nada, buscan detrás de esos ojos la salvación.
Con los buenos días, nuevamente la sala se llena de sus risas y alegrías, de un algo especial y mágico que une a los cubanos ante la desventuras, que en medio de la desgracia hace que se sienta como una gran familia, donde se comparten los dolores, las toses que no cesan, el parte de la isla, las noticias buenas y malas, pero más que nada la esperanza.
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