La iniciativa tiene como objeto social la producción, beneficio, procesamiento y comercialización de hortalizas, frutales y productos apícolas, explicó a Prensa Latina su líder, Fernando Funes.
Se trata de aplicar la ciencia a la agricultura desde los saberes acumulados, amplió.
Establecidos en la ZEDM desde febrero de este año, nuestra intención es crear una comunidad agraria sustentable, un núcleo que gestione todo ese desarrollo a nivel de territorio, subrayó.
Con ese objetivo pretendemos armar una red de fincas -unas 60 con expedientes- con sus programas, proyectos de siembra, cosechas y ciclos productivos.
No se trata solo de Finca Marta, sino de cómo podemos impactar y multiplicar nuestros aprendizajes en el territorio, aseguró.
Pronto construiremos un centro de beneficio, procesamiento de frutales y productos apícolas para la comercialización en varios segmentos del mercado: población, restaurantes, tiendas, centros comerciales, exportación, empresas de la ZEDM y fungir como un conector de la agricultura en el territorio.
Hoy nos preparamos para exportar, pero para lograr ese objetivo primero debemos saber cómo funciona el producto en el mercado nacional y conocer el internacional, tener competitividad, contratos y además, suficientes volúmenes del producto.
Actualmente tenemos un acuerdo de producción cooperada con la Empresa Apícola Cubana (Apicuba) para vender nuestras mieles como Finca Marta -unas 10 toneladas anuales- y también trabajamos de conjunto con el Centro de Investigaciones Apícolas, detalló.
Ello es una muestra de cómo pueden funcionar los encadenamientos entre los sectores privados y estatales, acotó.
Funes resaltó que en Finca Marta se muestra más allá del valor nutritivo de la miel y las abejas como equilibrio ambiental de los ecosistemas, sino todo el proceso, desde la comprensión del sacrificio que representa para los apicultores.
Pero, la historia de este proyecto agroecológico, ubicado en la occidental provincia de Artemisa, comenzó hace 10 años.
EL SALTO
Graduado de la Universidad Agraria de La Habana, Funes es ingeniero agrónomo de formación, con una experiencia de unos 25 años como investigador y docente, hasta que un día decidió aplicar sus saberes en el campo cubano.
Después de visitar los cinco continentes, más de 40 países, conocer cientos de agricultores en el mundo -desde los más desarrollados hasta los más subdesarrollados- comprendí que mis enseñanzas no las había puesto en práctica, y eso era un vacío dentro de mi formación profesional, comentó.
Entonces, surgió la idea del proyecto, justo cuando cumplí 40 años y uno quiere hacer algo diferente con su vida, bromeó.
Fue una decisión familiar, recordó, y aunque conté con todo el apoyo, era un paso muy arriesgado invertir nuestros ahorros, renunciar a la comodidad académica, adaptarse a los esfuerzos físicos que generan las labores agrícolas.
Pero, pusimos nuestros esfuerzos en función del proyecto y comenzó la transformación de aquel lugar abandonado, que estaba en condiciones muy precarias.
Es entonces que nuestro trabajo empezó a tener cada vez más sentido, la relación con el medio rural y para mi, desde el punto vista profesional, empezar a entender las cosas de otra manera. Estos 10 años han sido de enorme sacrificio personal, dijo, pasamos de los placeres de la vida urbana a la rural, fue cambiar la percepción de vivir en la ciudad a la del campo, fue más allá de involucrar las buenas prácticas, tecnologías y todo el manejo económico de una finca.
Al día de hoy, Finca Marta tiene una amplia producción, procesamiento, comercialización y consumo, además de dedicarse a la horticultura, producción animal, apicultura, conservación de la naturaleza y el empleo de las fuentes renovables de energía.
Y aun así, estamos frente a un nuevo comienzo, eso significa estar radicados en el Mariel, tenemos nuevas perspectivas, necesitamos aprender a lidiar con otro nivel de agregación, con otro tipo de organización y con muchos más actores involucrados, afirmó.
Pero, hay que aprender y aprender haciendo, concluyó Funes.
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