Sede del primer choque reconocido en el país -el 27 de diciembre de 1874-, el estadio Palmar de Junco, de esta ciudad, resultó el lugar idóneo para oficializar el nombramiento y ahuyentar los demonios del desconcierto tras no pocas noticias aflictivas.
Aunque sumido en una de sus épocas menos despampanantes, la pelota –como le llaman aquí- ratificó su estatus de pulmón deportivo de la isla caribeña con su enésimo triunfo, tal vez el más impactante sin la necesidad de empuñar un madero o buscar la zona de strike.
Después de quedar fuera de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 o perder la mitad de un equipo de 24 integrantes en el Mundial categoría sub 23 años en México, el béisbol de la mayor de las Antillas recibió una bocanada de aire y abrazó la anuencia del Consejo Nacional de Patrimonio del Ministerio de Cultura.
Fueron varios los años de revisiones bibliográficas, entrevistas a personas ligadas a la disciplina, estampillas a documentos oficiales y disímiles solicitudes para cubrir de justicia lo que para los cubanos es mucho más que un deporte o una forma de diversión.
En el lejano 1864, los hermanos Nemesio y Ernesto Guillot, así como Enrique Porto, introdujeron los bates y las pelotas, y a partir de entonces la práctica caló profundo en la ciudadanía, al punto que ya son tres los siglos de pasión intensa entre conexiones, fildeos y el rugir de los fanáticos.
Un fenómeno sociocultural que trascendió fronteras y elevó a Cuba hasta la cumbre más alta, algo que ni los escépticos logran obviar, incluso ahora en medio de una tormenta debido a escasos resultados internacionales, torneos domésticos carentes de la calidad deseada y la fuga constante de talentos.
Pero que el béisbol sea enaltecido como un elemento indisoluble de la nacionalidad es, ante todo, una prueba inmarcesible de su arraigo en el pueblo, como antes fueron exaltados géneros e instrumentos musicales, fiestas populares, entre otras manifestaciones.
Hoy, el deporte cubano conectó un enorme jonrón con las bases llenas, y las memorias trasladan a aquellos momentos en que los peloteros luchaban por la total independencia del territorio ante los colonialistas españoles en el siglo XIX y en épocas de la neocolonia en el XX.
O cuando las gradas eran un puño cerrado de emociones gracias a su Liga Profesional y luego, desde el 14 de enero de 1962, con la Serie Nacional y demás justas organizadas para el deleite de atletas y seguidores.
Una distinción que, además, llegó en una fecha especial, a solo horas del Día de la Cultura en la isla, aunque en medio del festejo regresen los fantasmas de lo estrictamente competitivo y se añore el convenio firmado con las Grandes Ligas de Estados Unidos, ese que abolió el expresidente Donald Trump.
Empero, el béisbol es absuelto por la historia, porque en Cuba pocos cuestionan su trascendencia y carácter resiliente, elementos que de manera indefectible resurgen, como esa selección capaz de remontar un encuentro que la mayoría daba por perdido.
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