Sin que fuera una intención premeditada esos días, desde el 26 de noviembre hasta el domingo 4 de diciembre, cuando fueron inhumadas sus cenizas en el monolito del cementerio patrimonial de Santa Ifigenia, devienen una verdadera cruzada de amor y patriotismo.
A partir de la salida de la caravana fúnebre desde La Habana, cada rincón evoca el paso del cortejo y las lágrimas que corrieron por los rostros de millones de cubanos, al igual que las paradas hechas en las principales ciudades a lo largo de la geografía nacional.
En esta ciudad, tan entrañablemente ligada al líder desde su niñez, la espera estuvo entre la contención y la expectación sensible, a sabiendas de la enorme responsabilidad de custodiarlo para siempre y de representar, en lo adelante, a los cubanos, en los homenajes.
Una frase acabada de pronunciar por un destacado profesor universitario señalaba que no debía hablarse de tumba, sino de altar cuando se hiciera referencia a la piedra que guarda sus restos en la necrópolis santiaguera.
Por estos días se esparcen la palabra hermosa y sentida en lo más hondo, al recordar a Fidel Castro y su obra inmensa y viene a la mente la que preguntaba si las lágrimas eran “orientadas” desde arriba, para salir al paso a quienes intentan deslegitimarlo todo, hasta el llanto de un pueblo entero.
Por lo pronto, el color variopinto de las flores inunda este jueves con más fuerza el modesto monumento erigido a su memoria, justamente con el material extraído de lo más profundo y telúrico de este rincón de Cuba.
El paso de personas, que se mantiene con regularidad durante el año e incluye a turistas extranjeros, pinta un cuadro hermoso de la diversidad de edades, pigmentos de la piel, oficios y categorías sociales de la población cubana.
Cuesta trabajo, en esta ocasión, al escribir, entresacar vocablos para eludir aquellos que, implacable y fríamente, aluden a la muerte, al igual que asociar con un adiós definitivo a aquel recorrido infinito por la avenida Patria.
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