Tras un año tan difícil para los artistas del mundo por el más inesperado de los retos: una pandemia que obligó a suspender conciertos, grabaciones, ensombreció planes y ánimos, el pianista y compositor volvió a obrar el milagro en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, de esta capital.
En ese lugar solemne, donde el instrumento le responde como a nadie, Fernández quiso rendirle homenaje el pasado 16 de diciembre a un gran amigo, el historiador de la ciudad de La Habana, Eusebio Leal, cuyos restos descansan en el propio jardín del Convento.
Leal valoró a Frank como “un artista de transparencia y fuerza mística que nos hace sentir anticipadamente que el alma se asoma a los límites del cuerpo”.
No parecía que tocaba por primera vez con la Orquesta de Cámara de La Habana, dirigida por la espléndida Daiana García, el entendimiento dio frutos en los temas de la Esperanza y del Amor de La gran rebelión, el Tema de Gelabert y el popular Tema del Amor de la telenovela Tierra Brava, todos de la autoría de Fernández.
En este último, vale destacar la interpretación de la joven Keren García al violín; tampoco sería justo ignorar que la Orquesta de Cámara deleitó sola en la primera parte del concierto con una Serenata para cuerdas (en mi menor, Op. 20) del músico inglés Edward Elgar.
También subió el ánimo al público con Dímelo en dos tiempos, de Víctor García Pelegrín, y el estreno de Bossa Habana, de Cucurucho Valdés, algo que Daiana García dedicó conmovida a la madre del compositor, la maestra cubana de piano Miriam Valdés, fallecida este año por la Covid-19.
La mezcla de bossa nova con ciertas pinceladas del mambo y el jazz en una proporción tan agradable nos permiten asomarnos al buen carácter de la ilustre profesora, forjadora de muchos talentos musicales, hija de Bebo Valdés y hermana del gran Chucho.
Con la interpretación del Concierto No. 23, en La Mayor, KV 488, para piano y orquesta, del genio austriaco Wolfang Amadeus Mozart, llegó el diálogo entre pianista y orquesta.
Ningún crítico podría superar la severidad del legendario pedagogo Víctor Merzhanov, maestro de Frank Fernández en el Conservatorio Chaikovski de Moscú, del cual se graduó con título de oro y este fue muy claro cuando ya nonagenario atestiguó del alumno:
“Para mí, su interpretación del Concierto No. 23 de Mozart es una de las mejores que he oído en mi vida y el segundo movimiento creo que Mozart lo escribió para él”.
No en balde la entrega del cubano sería reconocida en la segunda década del siglo XXI con una invitación a tocar el piano utilizado por el propio Mozart en los últimos años de vida, que se conserva celosamente en su Casa-Museo de Salzburgo.
La apoteosis aconteció en el segundo movimiento, ese que Merzhanov elogió de Frank, con una expresividad melancólica que conmueve hasta el desplome y del cual inexplicablemente transita a un allegro assai, como a la gloria.
Las manos de Fernández han ofrecido reiteradas pruebas de capacidad para dominar cualquier partitura, desde los autores contemporáneos hasta los clásicos más excelsos. ¡Qué privilegio verle renacer cada vez!
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