El cuerpo celeste rocoso tiene aproximadamente 1,2 kilómetros (km) de diámetro y es tres veces más ancho que el primero, 2010 TK7, precisaron en el texto los investigadores, quienes en principio emplearon el telescopio de exploración Pan-Srarr1 ubicado en Hawái.
Cuando se descubrió 2020 XL5, el 12 de diciembre de 2020, su órbita alrededor del Sol no se conocía lo suficientemente bien como para decir si era simplemente un asteroide cercano a la Tierra que cruzaba nuestra órbita o era un verdadero troyano, explicaron.
Luego el telescopio SOAR (Investigación Astrofísica del Sur) operado por NoirLab en Chile ayudó a ratificar que se trataba de un troyano terrestre y descubrió que tiene más de un km de ancho, ampliaron los miembros de la universidad de Alicante y el Instituto de Ciencias del Cosmos de la universidad de Barcelona.
Las observaciones de 2020 XL5 también se realizaron con el Telescopio Lowell Discovery en el Observatorio Lowell en Arizona, Estados Unidos, y por la Estación terrestre óptica de la Agencia Espacial Europea en Tenerife, España.
«Los troyanos son objetos que comparten una órbita con un planeta, agrupados alrededor de una de las dos áreas especiales de equilibrio gravitacional conocidas como puntos de Lagrange», explicó uno de los autores del estudio, Cesar Briceño.
Si somos capaces de descubrir otros de su tipo y si algunos de ellos pueden tener órbitas con inclinaciones más bajas, podrían resultar más baratos de alcanzar que la Luna, reflexionó el experto.
“Entonces podrían convertirse en bases ideales para una exploración avanzada del sistema solar o incluso podrían ser una fuente de recursos”, advirtió.
Los troyanos –según la literatura- están hechos de material primitivo del nacimiento del sistema solar y podrían representar algunos de los componentes básicos formadores de la Tierra.
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