Por Yelena Rodríguez Velázquez
Periodista de la Redacción de Cultura
Lo de Brunet fue puro instinto, pasión, gusto y consagración en la obsesión de querer bailar una obra que le dio desvelos: Súlkary. Siempre lo dice, en cada entrevista es un tema recurrente porque ese fue su pábulo. Y, por supuesto, el sueño resultó realidad y bailó la obra hasta el último reparto.
Su proceso de formación en el camino de la danza comenzó al revés de muchos: primero la práctica, luego la escuela.
Tenía tantos deseos de bailar que asumí mi academia en los salones de DCC, afirmó riendo a Prensa Latina, sentado en la misma habitación testigo de cada movimiento, ritmo, estilo, risa, suspiro, frase y gota de sudor que dejó su cuerpo en preparación de interpretar un personaje o escenificar una historia.
La vida de Brunet podría decirse es un desafío constante entre el yo quiero-yo puedo; lo mismo cuando estudió en la Casa de Cultura de Ciudad Libertad, que en los talleres de la compañía, el aprendizaje de la danza moderna cubana, las clases de ballet o el proyecto Omo Irawo.
En esos inicios penetró en el conocimiento del folclor, sus bailes, toques y cantos afrocubanos e incursionó en la coreografía para espectáculos de cabaret. La formación empírica no le hace olvidar, ni declinar la importancia de la instrucción especializada.
“Gracias a las clases de composición, la técnica de la danza moderna cubana y el diapasón de conocimientos exploré con destreza todas esas especialidades porque la academia, indudablemente, prepara al alumno para asumir cualquier proceso y/o tendencia coreográfica”, comentó.
Por eso Brunet no se conformó con un nivel medio de enseñanza artística, sino que se fue hasta el Instituto Superior de Arte para apropiarse de otros elementos teóricos, investigativos, artísticos e incluso docentes del arte danzario.
Para mi sorpresa, quizás también para la del lector, esta acción de superación sucedió en 2019. Brunet celebra hoy el esfuerzo cual caballero de los versos martianos, ebrio de gozo, a la edad de 48 años.
El Maître
Convertirse en ensayador y coreógrafo de tan prestigiosa compañía, nunca estuvo en la lista de sueños por cumplir de Yoerlis Brunet o en el apunte de logros profesionales. Mucho menos bautizarse como maître del colectivo, devenido eslabón fundamental en la cadena de educadores de estudiantes de danza.
“A veces asumía el turno de algún colega que necesitaba ausentarse al taller experimental para aficionados, y lo hacía con placer. Mis primeros pasos en la enseñanza fueron con la danza folclórica y desde ahí todo empezó a fluir de forma natural”, sentenció.
Los caminos de Yoruba forjaron al maestro que fue creciendo, sin imposición alguna de asumir el magisterio como un pie forzado o establecer una metodología per se. Muchas de sus clases, dijo, partieron de las propias necesidades como bailarín.
Desde el alumno que es, con inquietudes y apetencias constantes, Brunet presenta al profesor que aspira a ser. Por eso, siempre llega y termina la clase con la necesidad del bailarín y el espectáculo que se proyectará, vinculando todo tipo de tendencias y trabajando sobre los requerimientos físicos.
“Como maestro trato de ayudar en el aspecto técnico, físico, psíquico del alumno. Eso comienza desde el aula, con el calentamiento. Arribo con las interrogantes: ¿qué quiero hacer?, ¿qué pretendo lograr?, aunque no siempre los objetivos se cumplen, relató.
Cuando ellos tienen una dificultad y no avanzo, yo me siento culpable, jamás cargo al estudiante. Armo un proceso para buscar la evolución y alcanzar el resultado que aspiro y deseamos todos en la puesta, explicó.
Brunet estudia y observa bien lo que tiene al frente. Unas veces cuerpos cansados, otras una figura dispuesta. Allí va dirigida la lección y sus voces de mando: rueda por el piso, estira la pierna, involucra el músculo, relájate, estira el brazo, suéltate.
Su sencillez y humildad no le permiten definirse como educador. Frente a él un grupo numeroso de jóvenes le miraban, sus alumnos. A ellos acudí en busca de una respuesta y encontré, como era de esperar, un testimonio de gratitud. Danny Rodríguez lo nombró un maestro perseverante.
Puede ver el talento que tienes escondido y hurga hasta lo más profundo para sacarlo. En ese proceso hay malos momentos, sufrimiento, desesperación, pero al final, cuando ves lo logrado, entiendes el porqué de su exigencia y sientes un agradecimiento eterno, declaró.
Retribución similar siente Brunet por Margarita Vilela, Leonor Rumayor, Isidro Rolando, Manolo Vázquez, Juan de Dios, tantos que le ayudaron a moldear su estilo.
Cubano cien por ciento
Desde los bajos del Teatro Nacional de Cuba se escuchan estremecedores movimientos, brincos sobre el tabloncillo, una voz que guía, ordena y canta. En la sede de Danza Contemporánea de Cuba se sienten los repiques de cuero, los tambores Batá, el sonido de la rumba, la herencia afrocubana.
Tales signos lo confirman. Allá arriba transcurren las clases de Yoerlis Brunet. No puede ser de otro modo porque ama la música cubana en todo su esplendor, las sonoridades populares, la salsa y el songo cubanísimo de los Van Van.
Ese ajiaco sonoro se va en la maleta de Brunet cada vez que realiza una gira con la compañía y allí donde llega sirve un plato bien criollo a la multitud que los espera en cada ciudad, entusiasmado por recibir las clases del maestro cubano y la técnica de la danza moderna auténtica de esta isla caribeña.
Tenemos mucha influencia de la danza de Estados Unidos, principalmente de Martha Graham, pero toma la mayor parte de las raíces cubanas y el sello que imprimió Ramiro Guerra, Eduardo Rivero, Gerardo Lastra, Arnaldo Patterson. La gente va a aprender de esos conocimientos y disfrutan los workshop, explicó.
En Cuba coexisten encuentros en verano e invierno. Agosto y enero acoge a los curiosos por tantear las cualidades y principios de Graham, Cunningham, Socolo, Laban en la sazón de la danza moderna, la técnica de la barra y el folclor cubanos.
Brunet recordó con cariño una experiencia genuina en Inglaterra, donde mostraban algunos indicios de las coreografías que bailarían luego. Junto a una de sus estudiantes como discípula impartió un taller basado en las obras Matria Etnocentra y Reversible con personas mayores de 60 años.
Fue increíble e interesante ver cómo aquellas señoras y señores intentaban hacer la pieza y ya después, desde la butaca, notar los movimientos nuestros en escena y reconocerlos, emocionarse. Provocaba en ellos un estímulo y despertaba las ganas de vivir, rememoró.
En esos lugares se percibe el deseo de bailar y aprender de la cultura cubana. Brunet es un maître solicitado, demandadísimo. Quizás ni él mismo perciba cuánto disfrutan los otros verlo en el escenario, volverse coloso.
Tal vez no tenga idea que miles lo consideran una verdadera institución porque su nombre va ligado de forma indivisible al sintagma Danza Contemporánea de Cuba.
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