El encuentro que acontecerá en la ciudad estadounidense de Los Ángeles del 6 al 10 de julio, también deja fuera a Nicaragua y Venezuela porque según Washington “no respetan la carta democrática”.
Sin embargo, con la exclusión de los tres países, el ejercicio de la democracia queda descartado, las posturas críticas de pensamiento y acción no serán toleradas en la cita.
Así la Casa Blanca intenta silenciar verdades incómodas que podrían desviar la atención de la agenda de la cumbre, centrada, entre otros puntos, en democracia y migración, dos temas para Estados Unidos con más deudas que logros.
La decisión del gobierno de Joe Biden confirma la declaración del canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla, quien días atrás denunció esa posibilidad como una maniobra políticamente motivada que muestra el doble rasero del país anfitrión respecto a ciertos temas y la realidad del continente.
El titular de Relaciones Exteriores de Cuba señaló además que prescindir de la participación de la nación caribeña significaría un retroceso histórico, además de minar valores sobre los cuales la cumbre intenta legitimarse, entre ellos ser inclusiva y participativa.
La postura de Washington dista mucho de ser unánime, desde que La Habana denunció la maniobra y las presiones a países de la región para apoyarla varios gobiernos y organismos internacionales se han mostrado en desacuerdo y exigen la asistencia de Cuba al foro.
Por ejemplo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, insistió en mantener a la cita como un espacio para el diálogo, el entendimiento, la hermandad y evitar confrontaciones.
El mandatario denunció en una de sus conferencias de prensa matutinas a grupos internos en Estados Unidos que sacan ventajas políticas y económicas de posiciones anticubanas, y llamó a dejar de lado la exclusión y agresiones.
En la misma línea se pronunció el primer ministro de Trinidad y Tobago, Keith Rowley, quien a nombre de la Comunidad del Caribe (Caricom) cuestionó la exclusión selectiva de Cuba y otros países a la IX Cumbre de las Américas por parte de Estados Unidos.
Según Rowley la decisión de vetar la participación cubana supone un obstáculo para Caricom dado los excelentes lazos de cooperación en diferentes ámbitos y la visión compartida sobre cuestiones prioritarias para la región.
“(…) nuestros principios en el trato con Cuba son bastante claros, no tenemos sanciones contra Cuba y no la consideramos como la encarnación del diablo”, dijo el jefe de gobierno.
Por su parte el secretario ejecutivo de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), Sacha Llorenti, aseguró que la organización de la cita regional responde a los “caprichos” de Washington.
Mientras la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) demandó “evitar exclusiones que impidan que todas las voces del hemisferio dialoguen y sean escuchadas”.
A su vez el Grupo de Puebla exigió a la administración de Biden organizar un evento sin discriminación por razones ideológicas, lo cual afectaría las posibilidades de colaboración necesarias para superar las crisis que se avecinan.
Cuba no puede ser aislada, la importancia de su voz y razones que le asisten trascienden el recinto donde transcurrirá la Cumbre de las Américas, un nuevo paso en falso de Washington en su propósito de silenciar posturas críticas a su tradicional política hegemónica.
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