Caballero es natural de La Habana, específicamente de Cayo Hueso, un barrio que carga en la espalda el apodo de marginal. En su familia nadie tiene relación alguna con esa capacidad sublime del ser humano de expresar con producciones estéticas y simbólicas una parte sensible del mundo.
De modo que sí, si yo no me hubiese creído que afinaba como Benny Moré, ni me hubiese plantado con mi “cara dura” en los exámenes de actitud del Instituto Superior de Arte (ISA), estuviese en otro sitio y no precisamente el mejor, dijo convencido el artista, sin vergüenza alguna estampada en su rostro.
Antes de creerse cantante, en teoría sería médico, pero el maestro Armando Suárez del Villar le hizo las señas precisas y la actuación fue su hoja de ruta. Sin creérselo, ni saber a conciencia lo que hacía, asumió el riesgo.
Los inicios de los años 2000 marcan la travesía por el performance que fue su paso por la escuela de actuación. En aquel asiento habitaba un muchacho que no entendía el discurso de sus maestros y entablaba una pelea continua con la Filosofía, la Estética y las obras literarias de Honoré de Balzac, Edgar Allan Poe y otros tantos. Para mí fue un primer año difícil, no entendía lo que decían y me resultaban incomprensibles muchas asignaturas. Fui un estudiante malísimo y mi especialidad era ser retraído, indisciplinado, vago y todos los calificativos que pudieran sumarse a ese cóctel, expresó.
Sus profesores, sin embargo, percibían algo en él. Sabios, como casi siempre, trazaron sus estrategias y junto a tantísimos compañeros de aula “salvaron” al muchacho de entonces. Así salió del piloto automático.
El Caballero de ahora desborda talento. Su histrionismo emerge de forma natural ya sea en el cine, el teatro y/o la televisión, como si actuar fuese cosa fácil. El público cubano bien lo recuerda en roles como el del miliciano de Lucha contra bandidos, enamorado de lo imposible.
Él, modesto e iluso, piensa que no es muy conocido, ni ostenta el calificativo de popular; mientras los críticos lo ubican entre los más representativos de la actuación en la isla. Yo, también lo creo.
La Academia y el maestro
Jorge Enrique Caballero no estaba en mi lista de entrevistados. Tal y como llegó a aquella prueba de actuación, el azar lo trajo hasta la oficina de Corina Mestre y me permitió tenerlo de frente, conversar por horas y descubrir también al educador que fue y todavía es, aunque ya no frente a un aula.
“Este de aquí es mi hijo. Dile que te cuente su experiencia”, se adelantó en decirme la maestra, en tanto yo me apresuraba a encender la grabadora pues no perdería la fortuna de atrapar su voz.
Fue así que supe de su aventura siendo tutor de otras generaciones tras su graduación en 2005 y las potencialidades que vieron para la enseñanza la propia Mestre y el reconocido actor Fernando Hechavarría, quien lo tuvo como alumno ayudante en el ISA.
Después acompañaría a Eduardo Eimil y luego vendría la responsabilidad de transmitir conocimientos, aunar comportamientos, actitudes, personalidades frente a un curso regular y de trabajadores y en una asignatura como la actuación que, de por sí, es un trabajo de colectivo.
Cada clase es un proceso de estudio. Enseñar fue su forma de aprender porque en su filosofía de vida no hay cabida para la superficialidad y, según comentó, en el teatro se nota cuando hay detrás estudio y preparación a profundidad.
Yo he compartido con excelentes actores y actrices que no han pasado por la Academia, pero quien tiene la oportunidad de transitar por ahí acorta el camino para asumir la creación porque crea una disciplina, aprende a estructurar y a no ser plano en los análisis y procesos de trabajo, insistió.
Los proyectos que lleva adelante intentan ser coherentes y recíprocos con su persona y con quienes intervinieron en su formación, inclusive responden a una vocación de servicio y al código de ser negro, cubano y caribeño hasta la médula.
Ritual Cubano. Trilogía Teatral
Jorge Enrique Caballero fue uno de los estudiantes negros de su curso de estudios. Si la memoria no le falla recuerda siete durante esos años en la universidad. Por esa y tantas razones ligadas a sus raíces, en su carrera profesional defiende temáticas asociadas a la racialidad y la identidad nacional. El proyecto Ritual Cubano. Trilogía Teatral emergió de esas inquietudes de Caballero y sumó al director teatral Eimil y a un grupo de creadores dispuestos a poner a pensar desde el arte y a reencontrarse con el pasado que recorre las venas de la nación cubana.
Rituales, lucha, sangre, cubanidad, cantos afrocubanos, historia se conjugan con soberbia maestría y, en palabras de Alfredo Felipe, advierten de antemano al espectador: «No piense, por favor, en el vano homenaje, o en la simple y solidaria causa del color (…)». Según su creador, se trata de una iniciativa de nuevo tipo que deviene plataforma de investigación y espacio para crear e intercambiar. Cada espectáculo habla de la comprensión y el diálogo entre cubanos, cada obra pasa por un estudio de las ritualidades afrocubanas o aquellas que perviven y están vinculadas al ser social, detalló.
El unipersonal sobre el boxeador cubano Kid Chocolate fue la génesis del proyecto aún sin nombre y a modo de prueba, con el norte de las maestras Flora Lawten y Raquel Carrió cuando Caballero trabajaba en el grupo de teatro Buendía.
El estreno de la puesta en el Programa de Residencias Artísticas para Jóvenes de Hispanoamérica y Haití celebrado en México y, más tarde, la presentación en Estados Unidos y Cuba trajo loas para el actor que reencarnó al afamado púgil y dominó con su auténtica maestría la euforia, el miedo, el éxito, las emociones.
Después vino la historia del violinista Brindis de Salas, otro coterráneo y hombre negro que brilló en una sociedad esclavista, fue instrumentista oficial de la corte del káiser alemán Guillermo II, obtuvo varios títulos nobiliarios y se convirtió en el primer cubano que tocó en la Scala de Milán.
A penas unos días atrás, Caballero lo hizo de nuevo. En la Casona de Línea de La Habana debutó Voces de 1912, una lectura dramatizada que evoca a las víctimas de la masacre de los miembros del Partido Independiente de Color en la Cuba del siglo XX.
El espectáculo, significó su autor, tiene como eje el conflicto endorracial y sus diversas posturas. Quien lo ve, aseguró la docente Ziura Rodríguez, asiste a un encuentro con raíces y ancestros cubanos en una desgarradora obra de arte.
El discurso mueve, invoca al «trabajo consuetudinario de poder comprender, haciendo”. Y es que, el no dejar indiferente y mover sensibilidades son ingredientes vitales en el guion de Jorge Enrique.
“Necesito crear para respirar. Por encima de dificultades y carencias, hacer es la palabra de orden”.
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