Su peculiaridad va más allá de las encumbradas cordilleras. En ella está localizada una antigua necrópolis conocida entre los lugareños como “ciudad de los muertos”. Casi un centenar de bóvedas funerarias que se remontan al siglo XIV constituyen una representación emblemática de la arquitectura oseta. Cada una pertenece a una familia; cuanto mayor sea su estructura, así el número de cuerpos enterrados allí.
Según la historia, las criptas fueron utilizadas como lugar de destierro voluntario de los enfermos de la epidemia de cólera, que afectó fuertemente a los habitantes de las montañas en las centurias XVIII y XIX.
La enfermedad infecciosa cobró entonces la vida de muchas personas, interrumpiendo linajes enteros. Como resultado, la población de Osetia del Norte disminuyó de 200 mil habitantes a fines del siglo XVIII a 16 mil a mediados del XIX.
Delante de cada tumba hay un pozo. Cuentan que una vez sepultado el cadáver se lanzaba una moneda dentro del último sitio; si esta chocaba con la piedra en el fondo y hacía un sonido significaba que el alma del difunto había llegado al cielo.
Durante los estudios de las criptas, los arqueólogos encontraron objetos pertenecientes a diferentes épocas históricas. Los más increíbles son unos botes que tenían varios cuerpos en su interior. En uno de ellos incluso se halló un remo.
A juicio de expertos, los entierros en barcos es una tradición muy extendida entre las culturas primitivas marinas. Usualmente, los ancestros solían poner en las tumbas de sus familiares todo lo que estos utilizaban en vida y que, según creían, les sería útil en el más allá.
Pero ¿para qué los osetas medievales requerían de botes en las montañas sin grandes afluentes navegables? Ese es uno de los misterios sobre el cual la ciencia aún no tiene explicación.
No obstante, de acuerdo con las creencias locales, los muertos deben cruzar un río para llegar al otro mundo, así que sepultándolos en dichas embarcaciones los “ayudaban” en la travesía.
Este remoto lugar tiene también hermosos paisajes desde lo alto de las montañas, imponentes torreones ubicados en sus cumbres que servían para comunicarse entre los pueblos alejados y una naturaleza virgen como en pocos sitios, junto a una irrepetible cocina caucásica y la hospitalidad interminable de los osetas.
(Tomado de Orbe)
