En realidad, no se trata de una construcción para permitir el paso sobre el río Gard, también llamado Gardon, en el corazón de la hermosa Provenza del sur de Francia, sino que era parte de un acueducto que enlazaba una fuente en Uzès hasta la colonia del Imperio romano nombrada Nemausus, la actual Nimes.
Lo primero a considerar es la distancia de más de 50 kilómetros entre un punto y otro, con túneles enterrados incluidos. Después, reflexionar acerca del ingenio de aquellos hombres de hace 20 siglos para hacer que el preciado líquido pudiera fluir y llegar por gravedad a su destino.
Durante unos 500 años, el canal alimentó a Nemausus -que en su esplendor alcanzó los 20 mil habitantes-, una ciudad con estatus especial dentro del Imperio romano, marcada por sus fuentes, jardines, termas, viviendas confortables, un coliseo (que se conserva bastante bien) y, en general, un ambiente de salubridad y bienestar, al menos para un sector de la población.
Entre 30 mil y 40 mil metros cúbicos de agua corriente llegaban a diario a la urbe, un dato que igualmente invita a inclinarse ante los creadores del hermoso espectáculo que brinda el Puente del Gard, sin importar desde dónde se mire.
Transcurría el año 50 cuando el acueducto entró en funciones, bajo el reinado de Claudio o de Nerón, y hoy puede apreciarse su arquitectura sin necesidad de acudir a la imaginación, al ser una de las obras mejor preservadas del otrora poderoso Imperio romano y la cual genera admiración y asombro.
En 1985, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) catalogó al excepcional monumento como Patrimonio de la Humanidad.
Una de las proezas relacionadas con su estructura es el desnivel de apenas 12,6 metros entre su origen y final, sin olvidar que la caída de un extremo al otro del majestuoso puente de 274 metros es de solo 2,5 centímetros.
(Tomado de Orbe)