En la intersección de las avenidas José Martí y Flor Crombet, muy cerca del sitio exacto donde cayeron abatidos los tres combatientes clandestinos, de apenas 19 años el primero y 23 los otros dos, se juntaron autoridades, familiares, escolares, trabajadores y militares en un sentido tributo.
Aquel último día del sexto mes de 1957, un comando revolucionario planeaba sabotear un mitin con el que el régimen intentaría aparentar un ambiente de normalidad y estabilidad, con fines electorales, en medio de la tensa situación en la urbe.
Esa tarde de domingo, en el céntrico parque Céspedes que sería el escenario de la farsa, fallaron dispositivos que debieron dar la señal, no obstante, con el ímpetu de la edad y del fervor patriótico, los jóvenes intentaron poner en jaque a los soldados y fueron descubiertos en plena calle.
Al evocar la gloria de aquel gesto audaz, el doctor Frank Josué Solar, de la Universidad de Oriente, se preguntó «de qué material estaba hecha aquella generación de niños héroes que tuvo que madurar temprano, en medio de la precariedad, el abuso y el terror».
El historiador aludió a esos jóvenes que, dijo, se vieron obligados a posponerlo todo, incluidos sus proyectos de vida, personales y familiares, y entregaron hasta la existencia misma, a la causa colectiva de la redención de su pueblo.
Afirmó que «seguir luchando es el único modo de seguir venciendo y ser fieles a quienes sirvieron de inspiración y bandera, que llaman a no abandonar el combate, sin importar el tamaño de las adversidades, aunque parezcan muy superiores y poderosas las fuerzas que se opongan».
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