En declaraciones al diario digital Juventud Rebelde, Hernández se refirió a la deuda que tiene Cuba en la promoción de los versos de la autora y la realización de estudios sobre las temáticas vigentes y su significación social.
«No se puede analizar sus letras simple y llanamente por el carácter erótico porque sería un facilismo», sentenció el Premio Iberoamericano de Poesía 2001 concedido por la Academia Castellana y Leonesa de la Lengua.
Para el literato, «la suya es la obra de una mujer vinculada con la teoría de género y el movimiento feminista, imprescindible para que las mujeres alcanzaran su voz en la literatura y comenzaran a escribir».
Según afirmó, sus creaciones son el reflejo de alguien que deseaba «invertir las posiciones teóricas del sujeto poético» y cambiar con toda intención el modelo literario donde era la mujer objeto de los deseos del hombre.
Por eso, además de hermosa, los adjetivos irreverente, atrevida, sensual, conformaron el titular de los medios de prensa al anunciar su muerte el 29 de agosto de 2018 y acompañan su grandeza de mujer y escritora hacia la inmortalidad.
Al decir de Raidel, quien fuera además su esposo, eran tremendos y evidentes los deseos que tenía Oliver de vivir, «la confianza absoluta de llegar a los 100 años y la fe inquebrantable en la indestructibilidad del espíritu».
El espíritu del amor, dirían algunos, fue el sentimiento que mantuvo como estandarte porque, según declaró en una entrevista no podía «renunciar al amor ni a la libertad, he nacido hace tan poco, que el tiempo no ha sido suficiente”.
Con ese afán de estar y hacer conquistó el Premio Nacional de Poesía en 1950 y de Literatura en 1998 y dejó perpetuo su nombre en antologías de la Editorial Laurel, de Barcelona, España y la Collezione Basilea de la Editorial Firenze Atheneum, de Italia.
En su currículum profesional despunta el título de miembro correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua en 2005 y su auténtico poema Me desordeno amor, me desordeno que a tantos desconcertó y encantó.
«Profunda como los metales, dura como el altiplano, su poesía, de ser divulgada con justicia, pronto ejercerá ardiente magisterio en América», escribió la chilena Gabriela Mistral al conocer a la Oliver.
Es poco todo lo que hagamos para tenerlo entre nosotros, ratificó el crítico Norge Espinosa al referirse a Virgilio Piñera y augurando el paso de sus 110 años sin demasiados sobresaltos, como sucedió.
Tales palabras quedan a la medida para abogar también por una mayor divulgación de la literatura de Carilda Oliver y la de tantos otros representantes insignes del gremio «incómodos pero necesarios», y olvidados, a veces sin pretensión.
En ello debería trabajar Cuba toda porque sería un pecado «dejar morir en el año de su centenario» a una de las más trascendentales, poéticas, románticas y auténticas de las letras cubanas.
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