De la madre le vino la sangre de la isla, en tanto del padre le llegó ascendencia española y la mixtura dio origen a un artista que perfeccionó su técnica en Europa y la puso en práctica en la nación caribeña hasta su muerte.
Fue en esta tierra donde el pianista creó una de sus primeras obras titulada Suite en Sol Mayor y donde maduró su quehacer artístico en otras de elevado virtuosismo como la Suite Motivos del Son basado en poemas de Nicolás Guillén.
Al decir del investigador Ramón Guerra, esa fue la cumbre creativa de Roldán por la difícil interpretación y elaboración de los cantos negros que introdujo por primera vez en la música sinfónica junto a los instrumentos de percusión.
En sus piezas, de acuerdo con especialistas, está la confluencia posible entre las masas populares y la música universal y habita también la belleza, los aires de juventud y la conexión entre la música sinfónica y de cámara, la voz y el piano, la cubaneidad.
Roldán fue en la música lo que Ramiro Guerra en la danza, un padre fundador que trajo a un género «elitista» elementos del folclore musical cubano evidente en «Tres pequeños poemas, Pregón, Fiesta negra y Oriental, inspirado en coplas de comparsas de los cabildos de negros y mulatos del siglo XIX».
Su impronta quedó por siempre en el pentagrama musical de Cuba, que también le vio desenvolverse como director de la Orquesta Filarmónica de La Habana y «animador de los conciertos de la nombrada entonces Música Nueva junto al novelista Alejo Carpentier».
Un artículo dedicado a su impronta recuerda que fue en esas funciones donde «se dieron a conocer, por vez primera vez en Cuba, obras de Alexander Scriabin, Claude Debussy, Manuel de Falla, Maurice Ravel, Francis Poulenc e Igor Stravinski».
Su trabajo, según el escrito de su autoría «Posición artística del compositor americano», abrazó la idea de regalar un arte universal que debía ser aceptado por ser esencialmente americano en un todo independiente del europeo».
Amadeo Roldán falleció el 7 de marzo de 1939 y, tras el triunfo de la Revolución cubana, el teatro Auditórium fundado en 1928 por iniciativa de la soprano María Teresa García Montes de Giberga cambió su nombre con el propósito de eternizar su recuerdo y música.
La edificación, ubicada en el Vedado capitalino, sobrevivió a un incendio en 1977, retomó sus funciones y desde hace años recibe una reparación capital que prevé acentuar su belleza estructural y devolver las melodías a su interior.
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