Desde el llano -más próximo a la ciudad-, hasta líneas quebradas y a veces bastante empinadas hacia el lado oeste. Maravillosos acantilados que sobresalen haciendo competencia al mismo océano. Aquí se llama “La Corniche”, o sea, la cornisa: el balcón donde los dakarenses hacen vida, arte, costumbre y deleite.
Lo que hoy se ve, no será lo de mañana, porque nuevos planes de urbanismo comprenden cada segmento de La Corniche. Así lo comprobaron el pasado 23 de junio las máximas autoridades del país junto a los encargados de su ejecución y supervisión.
Tampoco es lo que hacia 2008, cuando la Cumbre del Islam, se proyectó en el extenso tramo de litoral de 10 kilómetros.
Una carretera de dos por dos carriles con separador central, pasos subterráneos y rotondas cruzadaspor cuatro grandes secuencias contrastantes, resultan estrechas para tanto vehículo en ambos sentidos.
Algunos centímetros más, y quizás podría emular en amplitud con los grandes viaductos europeos de estos días. Pero está bien. Un nacional me dijo que sin el embotellamiento constante, Dakar no sería Dakar.
Y la mayoría de las veces, “metiendo cabeza” para adelantar al otro, o cruzarle por delante en un verdadero y peligroso juego de prisas. Sumemos a los peatones. En el momento de cruzar, una seña con algo de apuro, y listo. Ya se está del otro lado.
Otra cosa es la arena, compartida entre la orilla rocosa donde no faltan adictos al deporte o a la ola; y la acumulada en las esquinas de las anchas aceras. Dicen que el viento la trae del desierto, y cada día los trabajadores empiezan de cero: palas de polvo que amenizan el entorno de palmeras, vendedores de plantas, artesanos, atletas sudorosos.
Sinuosa, diversa, en franco desarrollo entre nuevas y colosales edificaciones, -algunas terminadas y con aires de gran metrópolis- La Corniche también tiene la elegancia de una ciudad destinada a cambiar toda su fisonomía antes de 2030.
El desafío turístico no es el simple hecho de construir una postal de Senegal, sino reunir en sus predios por igual a residentes locales, comerciantes, estudiantes, deportistas y turistas.
Recuperar las playas de Koussoum y de la Universidad Cheikh Anda Diop, remodelar el mítico mercado artesanal de Soumbédioune, donde pescadores y pescaderos puedan darle valor a sus productos, propiciar un ambiente sano y tecnológicamente moderno a alumnos de nivel superior cuyo campus pertenece a la zona, están entre inminentes planes.
Y esta vista oceánica abraza a los caribeños insulares como suyos. Las aguas que ayer sirvieron para transportar al africano libre en su tierra para convertirlo en mercancía, hoy invita a la paz, su cuidado ecológico y a valorizar las añoradas raíces continentales.
En tanto, las Madeleines, la Porte du Millénaire, el Tribunal de Casación, el Jardin de Fann y la impresionante Mosquée de la Divinité, seguirán asombrando al transeúnte entre lo moderno y lo tradicional; entre lujosos hoteles, restaurantes y pequeños negocios.
Así se ve una postal cambiante cada día, frente al Atlántico impetuoso, y el olor a salitre mezclado con dátiles, mangos, naranjas, mandarinas, y bolsas de plástico repletas de noix de cajou,–semillas tostadas del anacardo, que en Cuba se conoce como marañón.
En el entorno mundial actual, La Corniche puede ser esa franja costera que hable de un desarrollo emergente. No obstante, siempre tendrá la sonrisa y el empeño de su gente, quizás aludiendo a esa palabra que tanto escucho desde que llegué a Dakar: Teranga.
Es decir, el espíritu de la hospitalidad. Hospitalarios sí, pero atentos al futuro personal y social. Esfuerzo y fe en este ejemplo majestuoso de una parte de la ciudad, que siempre tendrá la buenaventura… “Insha’Allah” (si Dios quiere).
mv/eld/may
