Dr.Victor Ego Ducrot*
Mi padre mantenía en su interior una equilibrada lucha, sin decidir aún quién se alzaría con la razón, hasta que Ambrosio Paraeus lo hizo por él en cierto momento, llevándolo a superar ambas posturas de Prignitz y de Scroderus y sacándolo de la perplejidad (…).
Lo cierto es que Ambrosio Paraeus, que era protocirujano y que le arregló la nariz a Francisco IX de Francia convenció a mi padre de que la causa verdadera y real de lo que tanta atención había atraído y a la que tanto tiempo dedicaron inútilmente Prignitz y Scroderus, no era lo que ellos defendían, sino que el tamaño y la calidad de la nariz se debían simplemente a la turgencia o la flacidez del pecho de la nodriza o la madre.
Es que las tetas duras de las nodrizas hacen a los niños chatos, dirían Pronócrates y Grandgousier para sintetizar, y añadiría yo la magnífica anotación de Tristram Shandy (de La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy, del irlandés Laurence Stern; 1759 – 1767) acerca de las narices y sus paradigmas, según han podido leer, gracias al cierto- y si se quiere petulante- esfuerzo de este vuestro humilde Pejerrey Empedernido, escribidor sobre manjares y ambrosías.
Y coincidirán conmigo entonces, tras hacer un esfuerzo para ubicar en el tiempo las menciones de reciente cita, que al viejo Gogol por cierto lo madrugaron, tanto que recién fue por el año 1835 cuando escribió aquello de una nariz con vida propia y alejada del rostro que lucía un burócrata de San Petersburgo; pobres ella, la nariz, y los humanos de por aquellos lares, en los alborotos que se vieron envueltos.
Supongo que estarán preguntándose de qué va todo esto, que es muela sobre narices de diversos signos. Pues gracias, vuestras mercedes, por las tantas calmas y aguantaderas que suelen dispensarme; es que esta semana quería contar sobre todo ese batiburrillo de cánones y absolutismos de buhoneros que habita la comarca de quienes dizque saben de escancio y libaciones, que lo hay, es cierto, porque el diablillo existe, aunque los más se esfuerzan por anotarse porotos secos de superchería para hacerse de unos dinares con los cuales vivir.
Bueno, al fin y al cabo la Historia cierta de la humanidad es fermento de esas necesidades, ¿o no? Punto seguido. Querría deslizar algunas palabras respecto de aquello que bautizaron cata por un lado y de las recomendaciones doctas para el disfrute por el otro; no acerca del beber en tropel y de lo que fuere; aunque el más amado por mi tierra y aguas sea el que en definitiva proviene de la vid, sino de uno que hace días me tiene alborotado por tanto deseo y, la verdad, que por gozadera también, si a la hora del ocaso tanto mejor.
Con ustedes, su excelencia de esta semana: el whisky, y ya que estamos de paliques les cuento que cuando le advertí al editor sobre mis asuntos para la presente ocasión, con una voz aguardentosa respondió: ¡pero qué me dice Pejerrey!, si justo venía considerando lo oportuno y necesario que a esta vida resulta el sacro momento de un Single a tiro y disposición. Ahora, el poder de las camamas para con los churrulleros y churrulleras, ojito, ojito. Una revista bacana recomendaba el otro día lo siguiente: Observar el color. El color clásico de un whisky es un ámbar brillante. Si se puede ver a través de él y no hay nada flotando en el líquido significa que es de buena calidad porque no hay error en la parte del filtrado.
En la nariz se cata el ochenta por ciento de un whisky. Para hacerlo remolinamos en pequeños círculos el líquido y soplamos un poco al interior del vaso para que los vapores salgan.
Entonces metemos la nariz dentro de la copa con la boca abierta porque al ser un destilado de alta graduación alcohólica (entre 40 y 43 grados), al abrir el pico evitas el golpe alcohólico.
Éste es un whisky muy aromático con muchas notas a bosque, muy dulce a la nariz, con mucho caramelo. En boca: Un muy pequeño sorbo al principio para limpiar las papilas gustativas, después un segundo sorbo que no se traga de inmediato, sino que se paladea, que significa dar golpecitos al paladar con la lengua, como si se masticara. El sabor residual es el que permite percibir, con toques de vainilla, pera, frutos secos, ciruela pasa y especias.
Pero prefiero encauzar al revés, de la mano de Robbie y sus compinches, gambeteadores de la pobreza y la explotación del capital a como sea, zafando de la policía, y él un degustador absoluto que, claro, por qué no, a joder al patrón que rico dicen nació, que los whiskies de alta gama (los denominan) se cotizan en la bolsa aporreada de la vida.
Para más datos buscad por los andurriales de ese planeta que llaman streaming, que si se encuentran con el maestro Ken Loach y su película La parte de los ángeles, verán qué halagador para el alma acorralada resulta el pire en pollerita escocesa y… Pero basta.
Aquí, si me lo permiten, le agradeceré al amigo Ducrot su cortesía, pues vaya uno saber por qué – los Pejerreyes mucho tenemos de parleros ni que les digo de recatados, y pues entonces hay interrogaciones de las cuales nos privamos – hace unas pocas jornadas transcurridas al mío embute se acercó con dos jarrones encajados, uno se llama The Glenlivet 12 y el otro- ¡ay madrecita! – Lagavulin 16.
No sé don Shandy, ni lo sé ante quien me lea- si me leen y si no se lo pierden- si se trata de la imaginación en alguno de los dos sentidos posibles, o de las tetas y sus turgencias, o de las narices chatas y las narices prominentes, o las narices convertidas en fugitivas de jetas burocráticas.
Sí sé, en cambio, que con cualquiera de los dos frascos güisqueros cerca, qué digo cerca, cerquita del gañote de cualquiera, si hasta la vida más justa parece, aunque sea por un ratito.
Hasta la próxima entonces, mis camaradas de parrandas y borracheras… ¡Salud!
rmh/ved
*Facultad de Periodismo y Comunicación Social.
Universidad Nacional de La Plata, República. Argentina
(Tomado de Firmas Selectas)