Víctor Ego Ducrot*, colaborador de Prensa Latina
No, por supuesto que no, tal cual intentaré contar; y además porque a veces sí que dan ganas de hacerlo, cuando la pluma y la palabra transmutan en chasco y desengaño, y pareciera entonces que tan sólo restase la espada, que no milica sino de la plebe esgunfiada, palabreja esta que por mis aguas y playas significa estar harto de tanto hartazgo.
¡Alto! Permitidme una parrafada y sigo: Confieso que alumbré de la nada el recuerdo del canto que es loor al fulano aquél sobre quien no refiero otra cosa que no sea ¡qué con riqueza escribía el tal Sarmiento!, pues en ello reparo cada vez que, en la Biblioteca Popular El Escualo Pendenciero, entre las arenas del Tuyú, por donde las pampas retozan a la orilla del Atlántico sur entre cangrejales y aguas dulces a veces que se escapan del Norte, es decir del Plata que rompe en la mar, leo y releo al Facundo, fundante de la lengua de los argentinos, e inclasificable.
¿Pero a dónde va mi criatura de incordio, El Pejerrey? Déjese de joder, diría el amigo Ducrot; si me leyese.
Voy a que las papas fritas y los huevos fritos, dicen por ahí, están por alzarse en armas contra el lacerante aumento a toda marcha en los precios de los alimentos y contra la mentira descarada de que el kilo de carne picada y de pan de fonda nos cuestan siempre un doblón, duro, peseta o peso que es mango más, porque los rusos bombardearon Ucrania o como consecuencia de la pandemia 2020, la que sirve como excusa ya que no es causa suficiente ante la reformulación del modelo económico concentrado y global.
O acaso a nadie se le ocurre pensar el porqué de un más o menos reciente artículo de la revista The Economist alertando sobre la inminencia de hambruna generalizada.
¡A otro poema con ese verso, embaucadores de carretón, buhoneros de cotillón! Se trata de una suerte de sondeo semántico para que la tribuna comience a bancarse lo que sí se avecina como ya es peligro: el lucro incesante y a nueva escala de los sectores agroalimentarios del capitalismo planetario; en fin, sigamos con lo nuestro.
Como sabéis, los huevos y las papas, para su consagración en tanto friturillas, requieren de los aceites, cada vez más oneroso para los nuestros sacos o macutos – aunque, perdón paladines de la dieta sana, en grasa de bestezuela vacuna también saben tal cual deben saber-, es por eso, que dicen que dicen, por tomar las armas están; sí: la papas y los huevos.
Ya la concreta, ya llego, pero me voy a plagiar, con algunos agregados. Por estos mismos callejones de la escritura digital, el 26 de junio del año pasado afirmaba: Las papas fritas no son personajes de reparto; son estelares, y por eso lo que sigue…
Primer assam, secundo elixam, tertio y iure uti coepisse natura docet. Vamos a molestar a Varrón – Notas de cocina romana y el De re coquinaria – al recordar las etapas en el desarrollo de las técnicas de cocción: Primero el asado, luego la carne hervida y finalmente la cocción en salsa. Mucho más reciente es la introducción del freír, ya presente entre las poblaciones antiguas, pero nada popular, pese a que el Levítico, del Antiguo Testamento, dice: Si cocina el grano de la tierra en una sartén, use harina y aceite de oliva.
Pero acotemos. Sobre las papas frita. ¿Francia o Bélgica? La receta, tradicionalmente atribuida a los flamencos del siglo XVII, hecha costumbre nacida a fuerza de necesidad: para suplir la escasez de pescado en el río Mosa durante los inviernos, las esposas de los pescadores los sustituyeron por rodajas de papas, cortadas a lo largo para recordar su forma.
Pero los franceses cuentan otra versión y dicen que se trata de un invento del gran Antoine-Augustine Parmentier (1737-1813), el autor de la defensa intelectual más ruidosa que tuviera el noble tubérculo andino, que salvó del hambre más de una vez a pobres y ricos de la estreñida Europa conquistadora, aunque sólo la aceptaban como alimento, morfi o jama para leprosos, desarrapados y perdidos de toda esperanza, presos y soldadescas en guerra.
Vuelvo a Parmentier para recordar que fue un tipo de ley, agradecido, pues se dedicó a la militancia en favor de las papas después de haber sobrevivido gracias a ella tras caer preso en Prusia, durante aquella Guerra de los Siete Años.
El hombre escribió en beneficio de sus salvadoras y por fin fue feliz, cuando en 1789 – ¡que añito de revoltijos, coño! – apareció el primer puesto callejero dedicado a la venta de,¡sí!, de papas fritas.
Ahora acerca de sus majestades, los huevos fritos. Seré breve porque me dio hambre y sobre una hornalla ya crepita la sartén: Según parece fueron los fenicios los que frieron el primer huevo, alrededor del año 1000 de la llamada era cristiana. La primera referencia escrita pertenece al gran árabe Averroes, quien adoctrinaba: para freír bien un huevo hay que usar mucho aceite de oliva. Y a no olvidarse de la Vieja friendo huevos (1618) de Diego Velázquez.
Y huevos menos papas más, hasta aquí hemos llegado esta semana… Frío lo que haya que freír mientras descorcho un vino rojo como la sangre misma que corre por las venas del Malbec y para todos vosotros, señoritos y señoritas de la fina estampa, o no: ¡Salud!
*Dr. Vìctor Ego Ducrot
Facultad de Periodismo y Comunicación Social.
Universidad Nacional de La Plata, República Argentina
rmh/ved
(Tomado de Firmas Selectas)