Por Mario Muñoz Lozano
Jefe de la Redacción Cultural
El Doctor en Ciencias Históricas y Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas (2009) vive en un sencillo apartamento a unos 100 metros del malecón habanero, en la popular barriada de Cayo Hueso, uno de los reservorios históricos de cubanía en esta capital.
También está a escasos pasos de la Fragua Martiana, donde radicaran las canteras de San Lázaro, lugar donde el Apóstol de la independencia conoció en carne propia la crueldad del presidio español por ser tachado de infidente con solo 17 años.
Desde allí, rodeado de libros diversos, el investigador del Centro de Estudios Martianos indaga sobre la vida y obra del Héroe Nacional cubano, a la vez que lucha contra los altos decibeles del reguetón de turno que transgrede la privacidad de su hogar violando los límites de la decencia y el civismo.
Conversador inteligente e incansable, el también profesor confiesa que sigue aprendiendo a sus 76 años, mientras escudriña cada día entre los significados de cada palabra escrita por el Maestro, como también llaman a Martí en la isla caribeña.
Pero nada humano le es ajeno, mucho menos los conflictos terrenales que enfrenta Cuba en estos tiempos de creciente zozobra global y de riesgos para la nación, amenazada desde siempre por la codicia imperial, motivo de su alerta sobre la importancia de promover y defender los más altos valores de la cultura del país.
En entrevista exclusiva para Prensa Latina, subrayó que para Martí, la cultura en su sentido más amplio -también la artística y literaria-, era un elemento básico a fin de sostener la unidad entre los cubanos en las luchas por la independencia.
Explicó que para el escritor y poeta también eran parte de la cultura la educación, los aportes de la investigación científica y todo aquello que estudiara a los seres humanos, los pueblos, identidades, costumbres, hábitos, fiestas populares, comidas tradicionales.
Aclaró que, al mismo tiempo, le dio una relevancia particular a las distintas expresiones del arte y la literatura, a sus más renombrados exponentes de la época, tanto en Cuba como en el mundo, y de todo aquello escribió artículos, crónicas y reseñas en diferentes publicaciones.
“No sé cómo lo lograba, ni me lo imagino, pero estaba muy informado de lo que se hacía en América Latina, sobre todo en Cuba”, indicó, llamando la atención sobre los textos martianos acerca de las principales figuras de la cultura cubana.
Puso de ejemplo cómo en México aprovechó el paso del músico José White -violinista y compositor afrocubano (1836-1918)-, a quien admiró mucho, y le dedicó “unas crónicas deliciosas”.
A la vez escribió sobre otros artistas como Nicolás Ruiz Espadero -compositor, pianista y profesor (1832-1890), el pintor José Joaquín Tejada (1867-1943), y Emilio Agramonte (1844-1918), con una escuela de música y oratoria en Nueva York donde la mayoría de sus alumnos eran latinos, sobre todo, cubanos.
CON SENTIDO DE NACIÓN
Rodríguez resaltó que en sus investigaciones halló alrededor de 45 textos de Martí dedicados específicamente a figuras de la cultura artística y literaria cubana, de ellos más de la mitad publicados en Patria, el periódico del Partido Revolucionario Cubano (PCR).
“¿Por qué en Patria, que sin duda tenía un sentido y una orientación, hoy diríamos político-ideológica, un periódico formador de conciencia patriótica, para impulsar la unidad de la emigración y la unidad de los emigrados con los patriotas dentro de Cuba?”, dijo.
En su opinión, el líder independentista lo hizo porque sabía que a través de los artistas y escritores se expresaban los valores, la identidad, la manera de ser del pueblo, algo que contribuiría con su sentido de nación.
“Por eso trató de educar y mantener a sus lectores al tanto de lo que estaban haciendo los representantes de la cultura artística y literaria cubana, tanto en la isla como fuera del país. Para él no había diferencias entre el que estaba en Cuba y el que apoyaba las luchas por la independencia en los clubes del PRC conformados en la emigración”.
El estudioso de la vida del Apóstol comentó que la mayoría de los artistas cubanos emigrados contribuyeron con la obra del Partido e incluso algunos de ellos viajaron a Tampa y Cayo Hueso, que no eran grandes plazas para el arte, pero constituían centros de los enemigos del gobierno español.
Significó que en esas ciudades se presentaban, exponían y trabajaban gratuitamente, en el caso de los músicos, para la emigración cubana. Esos eventos se convertían en actos patrióticos, donde además se hacían colectas de fondos para el PRC.
Tales iniciativas resultaron exitosas en el propósito de alcanzar la unidad y de romper las diferencias entre personas que no estaban vinculadas al debate político, apuntó.
El historiador llamó la atención sobre el hecho de que en aquel momento buena parte de la población del país era analfabeta, por lo que el dirigente cubano vinculó los intercambios y encuentros entre emigrados e intelectuales con la educación, que para él tenía un sentido patriótico.
Martí apoyó y formó parte del claustro de profesores de la Liga, una asociación de cubanos en Brooklyn, Nueva York, la mayoría negros y obreros de las tabaquerías, a quienes impartió clases y les llevó a Gonzalo de Quesada (1868-1915), entre otras figuras de la emigración que eran parte del movimiento independentista cubano.
Según el periodista, en esos encuentros lo mismo se hablaba de política que de El Quijote, de los grandes exponentes de las letras españolas, o del último libro de un cubano o de un hispanoamericano.
Así les fue abriendo horizontes a aquellas personas para que comprendieran por qué eran valiosos el sentido cultural de lo cubano, los propios hábitos, costumbres y la defensa de la nación, refirió.
Según el miembro de la Academia de Ciencias de Cuba, Martí entendió perfectamente que la cultura artística y literaria tenía un papel decisivo en las luchas por la unidad de los cubanos frente al colonialismo español.
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*Pedro Pablo Rodríguez trabajó como periodista para diversos medios de comunicación cubanos. Es miembro de la Academia de la Historia de Cuba, del Tribunal Nacional de Categorías y Grados Científicos, del Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y de su Comité Ejecutivo. Entre otros reconocimientos, posee la Distinción por la Cultura Nacional (1996) y el Premio Félix Varela, de la Sociedad Económica de Amigos del País, por su obra en las ciencias sociales.