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Manuel Ricardo González Guerra, Manolón, en el deporte cubano

La Habana (Prensa Latina) La reciente declaración, muy merecida, del béisbol como parte del Patrimonio Cultural de Cuba, me hizo recordar a quien mucho batalló por ello; al menos, fue al primero a quien lo oí reclamar, Manuel Ricardo González Guerra, Manolón.

Por Nelson Domínguez Morera

Coronel (r) que ocupó responsabilidades en la Seguridad de Estado

Muchos y prestigiosos fueron sus andares por la historia del deporte que es pasión de los cubanos.

Su defensa a ultranza del deporte de las bolas y los strikes emana desde cuando fue jugador en 1934 del amateur Club Teléfonos y del Cienfuegos Yacht Club, así como de softbol hasta 1945. Ya en 1950 comenzaron sus revelaciones como intrínseco dirigente natural al integrarse como vocal en la Federación Internacional de Béisbol.

En 1953 alcanzó la vicepresidencia y la presidencia de dicha Federación hasta 1957, y de este año a 1964 ocupó el cargo de secretario-tesorero. En 1961 se creó el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder).

Ese mismo año presidió la delegación cubana al Campeonato Mundial de Béisbol celebrado en San José, Costa Rica, donde los sorprendió la invasión mercenaria por bahía de Cochinos, proponiendo de inmediato cambiar los bates por fusiles para defender a la Revolución.

De 1976 a 1980 fue presidente de la Asociación Internacional de Béisbol Amateurs, AIBA. Posteriormente pasó a ser su presidente vitalicio, con voz y voto. Esta organización sustituyó a la FIBA. Fue además presidente honorario de la Confederación Panamericana de Béisbol, Copabe, y miembro del Salón de la Fama del Béisbol de Nicaragua.

Su mayor contribución al deporte de las bolas y los strikes lo inmortalizó cuando ya actuando como miembro del Comité Olímpico Internacional, trabajó afanosamente para la incorporación del béisbol al programa de los Juegos Olímpicos, lo que vio coronado en 1992 en Barcelona, donde Cuba alcanzó la medalla de oro.

Manolón nació el 25 de abril de 1914 y falleció en igual mes pero el día 18 de 1997. Y aunque la pelota fue su pasión, se inició en el mundo deportivo como boxeador en 1930 en el Club de Dependientes de la Habana, hasta 1933.

Y es precisamente de ahí, de ese inicio boxístico, donde me asaltó la primera anécdota que deseo compartir.

Transcurría el inicio de 1997 y ya su indoblegable salud, con 83 años, comenzaba a deteriorarse aunque para no dejarse de parecer a Manolón se enredó en una porfía solo perceptible para los pocos presentes que cabían numéricamente en los dedos de una mano.

Estrepitosamente entró a su habitación el Director del Hospital, donde llevaba ingresado algunos días, acompañando al Comandante en Jefe Fidel Castro.

“Ya me lo imaginaba, distinguido Director”, le espetó con su vozarrón acostumbrado. “Porque llevo aquí un carajal de días y no venías a visitarme, solo lo hiciste por acompañar al Comandante”.

Los que no lo conocían quedaron boquiabiertos ante tal desenfado, menos el Jefe de la Revolución pues eran amigos desde la juventud; sonriente, este le pasó la mano por la cabeza y le sacudió el pelo enredándoselo… “Manolón, tú no cambias ni aunque te estuvieras muriendo, que no es el caso”.

Fue entonces que se incorporó de la cama para ponerse de pie correspondiendo a la jerarquía de quien lo visitaba. “¿A que no te acuerdas, Fidel, de la vez que nos pusimos los guantes en un cuadrilátero? Yo de seguro te iba a vencer porque para tu altura tienes los pies pequeños, ¿te acuerdas?”

La carcajada del Comandante en Jefe no se hizo esperar sentándose en la cama junto al paciente. Los que allí estábamos de más, nos fuimos escurriendo sigilosamente para dejarlos disfrutar de esos íntimos recuerdos.

TRAYECTORIA DE INSIGNE REVOLUCIONARIO

La trayectoria del insigne revolucionario que fue en vida y aún después de muerto Manuel González Guerra en escenarios internacionales rebasa con creces lo meramente deportivo para hacer trascender y brillar a toda la nación cubana.

Incluso antes del triunfo de la Revolución (1959), pues en el sindicalismo fue precursor en Cuba y en el extranjero de las luchas obreras contra el monopolio transnacional de la Cuban Telephone Company.

Enfrentó con firmeza a los personeros mujalistas (seguidores de Eusebio Mujal, líder sindical cubano, corrupto y vendido a los intereses de las patronales) fundamentalmente a la camarilla de Vicente Rubiera Feíto, connotado agente de la CIA que usurpó por muchos años la dirección del Sindicato de Trabajadores Telefónicos de Cuba.

Luego del triunfo de la Revolución y a partir de su cargo al frente del Comité Olímpico Cubano, Manolón encabezó la lucha en defensa del derecho soberano de Cuba a participar en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en San Juan, Puerto Rico en 1966.

A esto se oponía el gobierno de Estados Unidos al no otorgar los visados correspondientes; batalla ganada, al asistir la delegación cubana en el buque Cerro Pelado.

Desde 1973 fue elegido miembro pleno del Comité Olímpico Internacional, COI. En la Organización Deportiva Centroamericana y del Caribe, Odecabe, ocupó el cargo de primer vicepresidente desde 1974, siendo además nombrado vocal de la Organización Deportiva Panamericana hasta su deceso.

Ya en 1975 integró la Comisión de Solidaridad Olímpica del Comité Olímpico Internacional, COI. Igualmente fue miembro de la Comisión Solidaridad Panamericana desde 1979 y de la Comisión Deportes para Todos, del COI.

De su prestigioso y mundialmente reconocido desempeño como miembro del Comité Olímpico Internacional tengo modestas vivencias.

Regresaba en 1993 de uno de los viajes a Mar del Plata, Argentina, luego de constatar los preparativos para los Juegos Panamericanos que allí tendrían lugar en 1995, y decidió trasladarse junto a sus tres acompañantes desde esa bella ciudad balneario hasta Buenos Aires, distante a casi dos mil kilómetros por carreteras, recién privatizadas por el entonces presidente Carlos Menem, lo que obligaba a pagar impuestos de peaje cada 100 kilómetros.

Su intención no solo estribó en ahorrar viáticos, sino para llegar a tiempo de tomar un avión comercial que lo condujera hasta México DF a fin de lograr importantes precisiones y financiamientos de la Odepa y facilitar la participación cubana.

Tras aterrizar en suelo mexicano, fue directo a las oficinas de un gran amigo de Cuba ya fallecido, Mario Vázquez Raña -entonces presidente de la Odepa y miembro del COI-, situadas en el último piso, con pista de helicóptero incluida, de uno de los importantes periódicos de la cadena que poseía en el centro de esa capital.

Vázquez Raña invitó poco después a los recién llegados a su residencia para almorzar y tratar asuntos que calificó de personales. Fueron pocos los participantes: José Ramón Fernández y Reynaldo González, presidentes del Comité Olímpico Cubano y del Instituto Nacional de Deportes y Recreación, respectivamente, en aquel entonces –ambos ya fallecidos-, y este escribidor.

Andábamos algo intrigados cuando el siempre desenfadado e inolvidable mexicano, entre algunos tragos junto a la piscina de su casa, ubicada excéntricamente en la sala comedor, le espetó:

A propuesta de la Odepa, el Comité Olímpico Internacional impondría a Manuel González Guerra el collar representativo de la Orden Olímpica creada en 1974 como reconocimiento a quienes muestran sobresalientes méritos en la causa del deporte mundial y fidelidad al olimpismo.

PRIMERO FIDEL

Fui testigo excepcional de cómo el gran Manolón con su sapiencia intrínseca, condicionó el asentimiento bajo la sólida argumentación de que siempre y cuando antes se le otorgara al principal artífice del deporte y los cambios sociales de la Revolución Cubana, al Comandante en Jefe Fidel Castro.

No valieron los ambages de Mario, de que ello estaba previsto para más adelante dada la condición del Jefe de Estado, entre otros razonamientos.

Dos meses después, a finales de 1993, en el Salón de Ceremonias del Consejo de Estado de Cuba, en sencilla ceremonia de tarde noche con presencia de autoridades deportivas nacionales, extranjeras y el cuerpo diplomático, se le otorgó a Fidel Castro el collar y la Orden Olímpica.

Y solo momentos después, también al miembro de esa importante institución, protagonista principal de estas remembranzas. A Manolón le fueron otorgadas otras distinciones como el Botón de Oro de la Odecabe, el Sello de Oro de la Odepa, y el Botón de Distinción de la Federación Internacional de Tiro.

En 1986 recibió el Premio de Servicio Distinguido de la Academia Deportiva de Estados Unidos, mencionado frecuentemente como el Premio Nobel de Deportes, siendo en ese momento una de las 78 personas de 39 países que la poseían.

También fue galardonado con la Medalla Honor al Mérito de la Confederación Centroamericana y del Caribe de Esgrima, y la Medalla por los 100 años del Comité Olímpico Internacional.

Igualmente mereció la Placa de la Asociación de los Comités Olímpicos Nacionales del Comité Olímpico Internacional por más de 15 años de trabajo continuo, la Medalla Diamante de Oro de Italia, y Placas de Reconocimiento de los Comités Olímpicos de Ecuador, Italia y México. Obtuvo la Condecoración Sánchez Duarte de la República Dominicana y fue miembro de honor de la Federación Chilena de Esgrima y de la Federación de Tiro de México.

En Cuba recibió el primer título de Doctor Honoris Causa del Instituto Superior de Educación Física Comandante Manuel Fajardo, la Orden Al Mérito Deportivo, Medalla Giraldo Córdova Cardín y la Distinción Mártires de Barbados.

También, la Medalla Conmemorativa Cerro Pelado del Instituto Superior de Cultura Física Manuel Fajardo, la Medalla XXXV Aniversario del INDER y el Sello 40 Aniversario del INDER.

En 1999 resultó seleccionado como Mejor Dirigente Deportivo del Siglo en Cuba, a partir de una encuesta realizada por el Comité Olímpico Internacional y sus Federaciones Internacionales.

No puedo concluir sin otra sustanciosa anécdota del proceder de este hombre que dedicó su vida a defender el deporte cubano.

Transcurrían los Juegos Panamericanos de Mar del Plata en Argentina de 1995 y como en todos estos eventos, los “scouts” (caza talentos) pretendían hacer zafra sonsacando impúdicamente a nuestros atletas para hacerlos desertar.

Había uno que por su particular desfachatez lo teníamos en la mira, Joe Cubas, de comprobado vínculo contrarrevolucionario con la Fundación Cubano Americana, con sede en Miami.

Cuba acostumbraba hacerse acompañar por dos o tres escoltas que mostraban ostentosamente en sus sobaqueras revólveres Magnum 357 de cañones cortos similares a los utilizados por agentes del FBI.

Aprovechaban la complacencia o inopia de las autoridades locales para campear dentro de la villa olímpica o en los escenarios de competencia, hecho que ya González Guerra, con su perspicacia preventiva, había denunciado oficialmente ante los dirigentes deportivos argentinos.

Uno de esos “agentones” fue encarado por un periodista deportivo de Cuba bien avezado y temerario, al sorprenderlo in fraganti en los camerinos cuando acosaba imponiéndole la deserción a una joven del equipo de esgrima.

El tipejo con total impunidad intentó desenfundar su arma recibiendo como sonora respuesta un botellazo de la Coca Cola que consumía el reportero, por suerte no se rompió pero el revólver rodó por los pasillos yendo a parar a manos de un reportero de la prensa amarilla local, quien se aprestaba a filmar la provocación con fines malsanos.

El escándalo fue mayúsculo porque nuestro periodista, en lugar del provocador, fue detenido y remitido con una agilidad inaudita al juez de primera instancia de la demarcación de los alrededores de la villa.

Las crónicas y fotos lo acusaban nada menos de ser el portador del arma, además del redentor y oportuno botellazo que dejó al sedicioso con varios puntos en la cabeza e inerte en el hospital.

Y en eso, sin que nadie le hubiera avisado, apareció Manolón en el tribunal con varios altos dirigentes del Comité Olímpico Argentino, portador de su anticipada carta de denuncia que incluía la utilización de los revólveres con las especificaciones de quien se había ocupado en la supersónica actuación policiaca judicial, evidentemente un montaje díscolo exprofeso.

El atónito juez sobresedió la denuncia y el periodista se marchó de inmediato junto a González Guerra en el auto diplomático de la embajada, en el cual se desplazó.

arb/ndm

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