Desde su natal Buenos Aires llegó esta vez a Cuba en brazos de su viuda, Lorena Robbiano, en una pequeña urna de madera, porque quería reposar en la tierra que amó como su segunda Patria y pidió “vivir” el descanso eterno en la isla para rendir póstumo homenaje a la obra del pueblo cubano.
La ceremonia tuvo la sencillez calcada de su propia vida, alejada de convencionalismos sociales los cuales consideraba innecesarios: un puñado de amigos cubanos, incluidos funcionarios de Casa de las Américas, rodearon a Lorena en la base de la enseña nacional y allí quedaron “sembrados” los restos materiales de quien estuvo vinculado a esa institución como amante de la música trovadoresca.
En 2003 participó en la producción del concierto de los artistas Silvio Rodríguez, Vicente Feliú, Carlos Varela, León Gieco y Víctor Heredia, efectuado en la sala Che Guevara de esa institución cultural y cuya banda sonora, grabada en vivo, conforma el disco Canciones con Santa Fe, a beneficio del hospital de niños de esa ciudad argentina que sufrió una devastadora inundación.
Conocer a Silvio y establecer una relación amistosa con él fue uno de los sueños realizados por este porteño, de quien su amigo cubano Javier Sanzo, en una crónica póstuma escribió:
“…Se fue a soñar su estrella; conociendo su tozudez ancestral, debió elegir una de las más lejanas, esas que están a miles de años luz, o que ya no existen…”.
Quien ahora reposa para siempre en Casa, “quería y le dolía la Argentina, que conocía profundamente su historia por leerla, escudriñarla y vivir una buena parte de ella: la más polémica y difícil”, refirió el cronista, quien acotó a renglón seguido:
“A Cuba la amaba hasta los tuétanos, y no era justamente por el mar, el clima, el tabaco o el ron, no; nunca probó un habano, no bebía alcohol, el sol caribeño le producía dermatitis y al mar costaba hacerlo entrar.
Admiraba la Cuba profunda, la sorteadora de cercos, la vilipendiada allende los mares, esa Cuba que un conocidísimo intelectual cubano nos definió a ambos como el “más delicioso de los infiernos”.
Esta valoración explica por qué pedir a Lorena recorrer los seis mil 895 kilómetros desde Buenos Aires, porque a decir de su amigo, disfrutaba cada logro del país y sufría por cada golpe adverso.
“Siempre hizo todo y más por Cuba, por su cultura, por difundir a la Cuba real frente a la inventada de los grandes medios hegemónicos; y todo siempre en silencio, desde las sombras, pues le aborrecían los flashes y las fanfarrias”, escribió Javier.
Del carácter jovial de Jaime, bromista empedernido, el cronista reservó para el final una suerte de premonición o fantasía esotérica, al afirmar que “ese gigante divino” luego de curiosear por el Universo, su fantasma “quedará flotando sobre la Casa de las Américas y quién sabe, quizás se le ocurra dejarnos un mensaje en el espejo”.
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