La virgen mártir de Nicomedia, patrona de artilleros y la minería de la Iglesia católica, se funde en la imagen del guerrero y rey del Panteón Yoruba, que gobierna los relámpagos, truenos y fuego, en un maridaje de creencias reflejadas en los procesos de formación de la identidad en la isla, con elementos españoles y las prácticas de los esclavos africanos.
Cada 4 de diciembre, el rojo cobra sentido en la nación caribeña, pues es el color que distingue a estos protectores, cuyas representaciones permanecen en la línea queer, cuyos rasgos femeninos y masculinos se disipan para conformar una figura singular, en la cual ambas cosmogonías emergen al unísono entre la palma, el rayo, el hacha y la espada.
“La Santa Bárbara que se adora en la Iglesia católica es Changó vestido de mujer”, apuntó Lydia Cabrera en el libro El Monte, al tiempo que entrelaza el culto al oricha y el catolicismo español, a través de símbolos asociados a cada uno y a la leyenda sobre cómo Changó escapó de sus enemigos vestido con la ropa de una de sus esposas: Oyá Yansá.
Como dos caras de la misma moneda, algunos invocan a la Santa Bárbara, que integra los 14 Santos Auxiliadores católicos, mientras otros llaman al cuarto rey de Oyó, oricha guerrero y viril, para ahuyentar las tempestades.
No es de extrañar, entonces, que esta fecha permanezca por más de seis décadas en el calendario de los cubanos, pues deviene ocasión para celebrar la historia y la convergencia de prácticas diferentes, que encontraron un camino para unirse y hacer coincidir culturas y personas.
Así reinan en altares aquella negada a contraer matrimonio y castigada por ello y el otro: esposo de Ochún, Obba y Oya Yansá; ambos con múltiples nombres, pero siempre patrona/protector de los armeros, fundidores, artilleros, bomberos, prisioneros y mineros; gobernante de tambores, baile, relámpagos, truenos y fuego.
De igual forma, este sincretismo religioso emerge desde las diversas expresiones del arte, como el icónico tema de Celina González y Reutilio Domínguez, los cuadros de René Portocarrero y Wifredo Lam, la constante presencia en el cine, la literatura y el teatro, sin obviar las piezas danzarias inspiradas en su gestualidad, ritmo e historia.
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