Por Nelson Domínguez Morera (Noel)
Coronel (r) que ocupó responsabilidades en la Seguridad del Estado
Aconteció tras salir de prisión por haber comandado una insurrección militar contra el gobierno del oligarca Carlos Andrés Pérez el 4 de Febrero de 1992, que personalmente organizó y ejecutó con su Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200).
Formalmente invitado por la Oficina del Historiador de La Habana, Chávez arribó al aeropuerto internacional José Martí a las 21:40 hora local, y allí lo esperaba al pie de la escalerilla, para su sorpresa, el líder histórico de la Revolución, Fidel Castro, quien le otorgó inusualmente honores casi de Jefe de Estado.
Al recibirlo y estrechar su diestra, Fidel le expresó: “Ojala tuviera muchas oportunidades de recibir personalidades tan importantes como esta…”, a lo cual el visitante reciprocó: “Me siento honrado de estar en Cuba y mucho más que el presidente Fidel Castro haya tenido la gentileza de estar aquí presente… Aquí sí se respira el sueño bolivariano auténtico”.
Chávez llegó a La Habana en un vuelo comercial de la aerolínea Venezolana Internacional de Aviación, en medio de un escenario difícil para Cuba, en los duros años del llamado Período Especial, y en general para el movimiento revolucionario mundial.
El apretado programa de visitas incluyó al día siguiente una conferencia en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, donde el entonces teniente coronel, excomandante de un batallón de Paracaidistas de la Fuerza Aérea de Venezuela, tuvo su primer contacto con el estudiantado cubano.
Convocados por la Federación Estudiantil Universitaria, los alumnos se concentraron en la tradicional y emblemática Plaza Cadenas, nombrada Ignacio Agramonte después del triunfo de la Revolución.
Llegado el momento, luego de una muy ajetreada agenda, ocurrió lo impensable: el visitante se adelantó a la cita y el Comandante en Jefe se demoró algunos minutos en arribar.
EN EL PAPEL DE ANFITRIÓN
Atrevidamente me dediqué a intentar el papel de anfitrión sin que nadie me lo indicara, atendiendo a la designación que me había sido otorgada por la jefatura del Ministerio del Interior como jefe principal del Puesto de Mando para el aseguramiento operativo de la actividad.
El desconocido visitante llegó estrictamente puntual; era mestizo y de rasgos indígenas, estaba envestido en un estrecho safari color crema claro y caminaba inquieto con trotes casi de marcha militar en repetidas idas y vueltas por los pasillos que van desde la Rectoría hasta el monumento del Alma Mater.
No había ni un solo funcionario de protocolo, ni autoridad universitaria alguna para atenderlo en ese momento. Fue entonces que desenfadadamente, ante los reiterados avisos de los choferes de protocolo de la Cancillería que lo transportaron y nuestros oficiales operativos desplegados en funciones de protección y seguridad, decidí asumir su atención, función que para nada me correspondía.
Después de mi presentación, a lo mejor innecesaria por vestir de uniforme y grados de coronel, lo invité a pasar a los salones de la Rectoría para brindarle un café, lo cual rechazó cortésmente.
Entonces me dediqué a exponerle algunos antecedentes del lugar, que conocía de tanto oírselos al historiador de la Universidad, el doctor Delio Carreras, desde mi época de discípulo de ese emblemático centro docente.
El tiempo transcurría, y aunque fueran solo minutos, estos me parecieron horas, tratando de entretenerlo y como me resultaba un ignoto, no sabía a ciencia cierta qué tema abordarle.
Así, reiteraba y volvía a repetirle sobre la historia de la venerada escultura, la del tanque de guerra expuesto en la Plaza por el Directorio Revolucionario 13 de Marzo desde el triunfo de la Revolución, el papel del estudiantado contra todos los gobiernos de la seudorrepública, en especial contra las tiranías de Gerardo Machado y Fulgencio Batista.
Apareció entonces a quien consideré mi salvador, el comandante Jesús Montané Oropesa, en aquellos tiempos ayudante personal del Jefe de la Revolución, y al que acudí como un asidero, comunicándole los temas abordados y mi desempeño hasta ese mismísimo momento en que le entregué la batuta, sin él pedírmela.
Casi de inmediato, aunque un poco después, llegó el Comandante en Jefe, excusándose con el visitante y tomándolo por el brazo se encaminaron hacia un apartado donde conversaron sigilosamente.
Mientras tanto, la Plaza Ignacio Agramonte ya era todo bullicio, repleta en breves momentos con alegres y entusiastas jóvenes que, al no conocer al visitante, sólo atinaban a dar vivas a Fidel.
Me llamó poderosamente la atención ver desde el alto peldaño de la escalinata en que me encontraba divisando toda la concentración en la Plaza, la presencia -para mí por primera vez en un acto público-, de la compañera esposa del Comandante en Jefe y algunos de sus hijos menos conocidos.
Lo comenté con Montané, quien como viejo conspirador desde la ortodoxia, sólo me contestó: “El Jefe sabe lo que hace”.
CON LAS IDEAS DE BOLÍVAR
Momentos más tarde, Fidel se dirigió informalmente a aquel improvisado auditorio, previo al traslado a pie de todos hacia la bien cercana Aula Magna.
Presentó al invitado, expresando las características de aquel revolucionario de 40 años que nos visitaba por primera vez, haciendo varias menciones a sus arrojados desafíos contra el régimen oligárquico y corrupto establecido en ese entonces en Venezuela.
Alabó su reconocido carisma entre militares y sectores populares, católico de religión, exmonaguillo en su pueblo natal, así como otros aspectos familiares del invitado como estar casado y con tres hijos, y entonces pude asociar lo que Montané me respondió.
Ya en el Aula Magna, las expresiones de Hugo Chávez resultaban lapidarias y convincentes, apoderándose rápidamente del auditorio: “Creo en Jesucristo, pero no del redentor de ojos claros que aparece en imágenes por ahí, sino en el de la sangre y el sudor”.
“El sueño de Bolívar está muy lejos de hacerse realidad y por eso debemos empujarlo hacia los pueblos de la región, para acercarnos de verdad a ese proyecto ideológico de una Latinoamérica unida”, acentuó y expuso ideas y proyectos de transformación para su país.
Fue aquella modesta experiencia, inolvidable para mí, porque sin proponérmelo ni estar consciente, conocí y compartí aunque fuera solo unos instantes, con quien devino años después en devoto fidelista, eterno bolivariano, gran guía y patriota latinoamericano.
Esa primera visita colocó un hito en lo que vino posteriormente en fraternales nexos entre los pueblos de Cuba y Venezuela con la llegada al gobierno de aquel teniente coronel de aviación, pero como presidente de la República el 2 de febrero de 1999.
Para el Historiador de La Habana, Eusebio Leal, “Fidel descubrió en Chávez a un diamante que alcanzaría las cotas más altas en el discurso político, revolucionario e internacionalista”, pues “lo vio todo con claridad, nitidez y visión, que alcanza el tiempo futuro”.
Al día siguiente, apresuradamente Chávez nos decía adiós para seguir en su derrotero a Colombia, con vistas a rememorar en Santa Marta el 164 aniversario de la muerte del Libertador.
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