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Una campaña de amor por las arterias de Cuba (+Foto)

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La Habana, 22 dic (Prensa Latina) Entre faroles y lápices gigantescos la maestra María Flor Gandol escuchó el 22 de diciembre de 1961, en la Plaza de la Revolución, la declaración de Cuba como primer país libre de analfabetismo en América.

“¡Fidel, Fidel, ¡dinos que otra cosa tenemos que hacer!”, gritó con efervescencia junto a otros 300 mil alfabetizadores que cumplían así una de las primeras promesas de la Revolución, masificar la educación y llevarla a los rincones más inhóspitos de la isla.

“Lo considero uno de los momentos más importantes de mi vida, pues me dio el orgullo de saberme parte de una hazaña histórica, en una etapa de la juventud en la cual los sueños, las expectativas y los proyectos futuros tienen tanta valía”, confesó a Prensa Latina la pedagoga de casi seis décadas de carrera profesional y Premio Nacional Consagración al Magisterio.

Con solo 16 años la joven reclamó la autorización de sus padres para sumarse a la Campaña Nacional de Alfabetización, quienes accedieron ante su resistencia —incluso para comer— y así llegó a integrar la brigada Conrado Benítez, compuesta por 100 mil jóvenes osados.

Otros 121 mil Alfabetizadores Populares, 15 mil brigadistas Patria o Muerte y 35 mil maestros voluntarios integraron el ejército de educadores que respondieron al llamado del líder histórico, cuando prometió en menos de un año librar a Cuba del desconocimiento.

Las náuseas por el largo viaje en tren hasta Varadero, en la occidental provincia de Matanzas, para iniciar la fase de capacitación, fue la primera prueba a rebasar, y luego el eco de los bombardeos en medio del camino, que revelaron la inminente invasión organizada por Estados Unidos a Playa Girón, en el sur de la isla.

“El hecho nos dio la medida de la posición de firmeza que debíamos tener ante estas agresiones”, aseguró quien bien conoce la historia de los 10 mártires de la gesta, entre ellos el maestro de 19 años Conrado Benítez o el de 16, Manuel Ascunce, todos brutalmente asesinados por bandas armadas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Luego de terminar la preparación de cuatro semanas, y apertrechados con la cartilla, el manual, una manta y “el famoso farol de aceite símbolo de la Campaña”, María Flor regresó a su natal Holguín, en el oriente de Cuba, donde fue asignada a La Gegira, en el barrio Blanquizal, del municipio Velasco.

La cotidianidad cambió para aquella comunidad de difícil acceso y donde la casa del campesino Rafael Domínguez se hizo hogar, escuela y epicentro de transformación, bajo los cuidados y enseñanzas de la maestra.

“Con tablones grandes me hicieron una especie de aula y una mesa rústica, y a la luz del farol daba clases en las noches a los hombres, pues ellos laboraban durante el día, mientras en la mañana y la tarde visitaba a las mujeres en sus viviendas”.

Desde su apreciación, se trataba no solo de enseñarles a leer y escribir, sino también inculcarles la importancia de la vinculación al desarrollo de la sociedad y la valía de la independencia.

Conserva en el recuerdo cómo tuvo que aprender a convivir —desde el respeto— con habitantes que profesaban creencias religiosas distintas a su formación ideológica, o cómo superó el temor a las especies de animales propias de las montañas, totalmente desconocidas para ella.

Y es que, como reconoció a Prensa Latina el doctor en Ciencias Felipe de Jesús Pérez-Cruz, la Campaña fue sobre todo un hecho de reafirmación sociocultural, que pretendía además de instruir, mejorar la calidad de vida, la dinámica familiar y comunitaria y que los propios alfabetizadores también aprendieran.

Todavía hoy a María Flor le cuesta contener la emoción al hablar de sus 16 alumnos alfabetizados, del café claro recién colado que le brindaban en cada puerta, de cuánto la cuidaban los pobladores y el cariño del recibimiento cuando, años después, regresó a La Gegira para interesarse por ellos.

“La pasión por el magisterio me venía por tradición sociofamiliar, pero fue allí donde descubrí que era el aula donde yo quería estar”.

Por 59 años, ha sido la clase su cátedra mayor, el Ministerio de Educación el sitio al cual entregó casi dos décadas, y el Instituto Superior Pedagógico de Holguín y la universidad Oscar Lucero Moya, de esa provincia, los lugares que completan su trayectoria académica.

En esta última institución, la Licenciada en Ciencias Biológicas y máster en Ciencias Sociales y Axiología, imparte docencia hoy en la carrera de Psicología.

Los premios Tiza de Oro de la Federación Estudiantil Universitaria, la distinción Por la educación cubana y la Medalla de la Alfabetización, resaltan entre los reconocimientos que avalan el camino recorrido, y en el cual también destaca la colaboración en Colombia, Angola y Perú.

“Siento un amor entrañable por mi carrera, por dar clases, los alumnos son parte de mi felicidad”, dijo convencida antes de concluir la entrevista.

Con la Campaña de Alfabetización aprendieron a leer y escribir 707 mil cubanos y la tasa de iletrados se redujo de un 23,6 a un 3,9 de la población total.

mem/kmg/lrg

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