Por José Dos Santos
Colaborador de Prensa Latina
Cuba es la mayor de las Antillas, pero hay 105 países con más extensión geográfica que ella. Sin embargo, pocos la sobrepasan en la proporción de talentos pianísticos producidos a lo largo de los años, desde que Ignacio Cervantes y Manuel Saumell la colocaran en la cúspide de la creación musical planetaria, hace más de un siglo.
Imposible hacer un recuento de los prodigios cubanos que sobresalieron, y aún lo hacen, en ese arte de complejidad asombrosa, casi infinita (para no ser absoluto), que lo mismo puede hacer llorar, reír, dormir, bailar, soñar o provocar insomnio.
La gimnasia cerebral a la que obliga este instrumento, porque sobre su teclado se realizan de forma simultánea movimientos independientes con las manos (e incluso los pies), requiere muchas cosas, entre ellas disciplina, constancia y permanente aprendizaje.
Así se manifestó, ante la indagación sobre los misterios de la prevalencia de ese instrumento en la música cubana, uno de los buenos pianistas nacionales de los últimos lustros, Roberto Carcassés, director de Interactivo y un cultor muy creativo del jazz sin fronteras.
Este espigado y joven veterano músico, a quien todos siguen llamando Robertico, se siente orgulloso de formar parte de una estirpe de pianistas que tuvo continuidad, en el pasado siglo, en Lecuona, al que habría que añadir, ya en el campo de precursores del jazz cubano, a Peruchín, Rubén González y Bebo Valdés.
La relación se complica y expande en las últimas seis décadas, en las que la pianística criolla desbordó fronteras y hoy sobresale en territorios habitualmente dominados por figuras del llamado Primer Mundo.
Tal es así que, en diversas encuestas consultadas para esta nota, ni siquiera Chucho Valdés o Gonzalo Rubalcaba -ganadores de numerosos Grammys- logran desplazar a similares con escasos lauros internacionales.
Pero la calidad se impone, más allá de que los divulgadores se dejen llevar por preferencias propias, musicales o no, y nada de ello impide la trascendencia de la pianística cubana actual en manos de talentosísimos artistas que apelan a la libertad creativa del jazz para encabezar carteleras donde quiera que se presenten.
JAZZ PLAZA 2023: UNA MUESTRA
Sobre el asunto, solo me limito a relacionar a los presentes en la actual edición de la tradicional fiesta del jazz en Cuba, reflejo de una vitalidad admirable de la pianística propia y de la atracción que ésta ejerce en entornos ajenos.
Por el país anfitrión, son figuras principales geniales como Roberto Fonseca, quien lleva varias ediciones fungiendo, además, como director artístico del Festival, y Rolando Luna, uno que se multiplica como los panes y peces bíblicos para estar en muchos escenarios, como líder o acompañante. Parece un risueño mago que tiene el don de la ubicuidad.
También, en el aporte de talento y sentimiento, a la cabeza de la programación o en respaldo de ella, se encuentran Ernán López-Nussa, agasajado en el Coloquio por sus 65 años de vida; Alejandro Falcón, Cucurucho Valdés, Aldo López-Gavilán, Leyanis Valdés, Emilio Morales y varios jóvenes exponentes de la nueva ola de la pianística criolla.
Otros relevantes pianistas presentes en el Jazz Plaza 2023, con residencia fuera de la isla, son Nachito Herrera y Dayramir González.
El primero se presenta en esta ocasión con su Habana Jazz Plaza Orquesta, y contará entre otros con el legendario trombonista estadounidense Steve Turre.
El segundo, surgido entre los primeros premios JoJazz, cuenta con una relevante trayectoria en Cuba, previa a sus estudios en la prestigiosa Berklee College of Music, de Boston, al frente de su Habana en Trance.
En la sesión dedicada al arte del piano cubano estará acompañado por Aaron Goldberg, músico estadounidense nacido en 1974 y descrito por The New Yor Times como «pianista post bop con gusto ejemplar…».
Él tiene al menos cinco discos a su nombre y posee colaboraciones con notables jazzistas como Joshua Redman, Wynton Marsalis, Kurt Rosenwinkel y Guillermo Klein, entre otros.
Ambos tienen una misión casi imposible: abarcar en una sola sesión de pocas horas, un tema muy extenso, inagotable por sus raíces, ramificaciones y repercusiones históricas y actuales.
De todas formas, será un paso significativo en ese camino aún pendiente de escribir la historia dorada del piano en Cuba, para así honrar a los predecesores y contribuir al futuro inconmensurable de sus continuadores.
arb/jds