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El primero de los encuentros con Camilo Cienfuegos

La Habana (Prensa Latina) Quiero honrarlo por su advenimiento al mundo recordando aquellos versos que con sabiduría le dedicara Nicolás Guillén, “un muerto nunca descansa cuando es un muerto lleno de vida”, porque si alguien está eternamente vivo entre nosotros es él, señor de la vanguardia no solo de la columna invasora, sino de un pueblo entero.

Por Noel Domínguez

Periodista de Prensa Latina

Camilo Cienfuegos Gorriarán estaría cumpliendo este 6 de febrero 91 años, así en presente dado que pervive en el pueblo -como señaló el líder histórico Fidel Castro-, donde hay muchos como él.

Resulta el pueblo uniformado que alzando los brazos junto a sus muertos sabrán defender la Patria todavía, como metafóricamente, con los versos de Bonifacio Byrne, concluyó Camilo su última prédica inmortal.

Tuve el honor de conocerle en circunstancias muy especiales, negándome uno de los biotipos que le atribuía en mis idílicas circunspecciones como hombre bonachón, buena gente, solícito y muy criollo, resultando por antípoda displicente, gruñón, pero a la vez pudoroso e instructivo.

Transcurría febrero o marzo de 1959 y acabábamos de organizar, a como dio lugar, el primer intento de milicia de estudiantes en aquella Cuba romántica y emprendedora, autodenominándola Reserva Estudiantil Revolucionaria.

Gestionamos nosotros mismos, mediante colectas y aportes económicos propios, en los talleres del Ejército Rebelde de San Ambrosio en Tallapiedra, nuestros uniformes grises y de boina negra con monograma identificativo al hombro.

La Asociación de Alumnos de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana de entonces, integrada en su mayoría por bisoños participes de nuestras “intifadas” contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958), decidió designarme como jefe de las mismas, que incluían a más de 200 entusiastas precursores.

Me convertí sin proponérmelo, posiblemente, en el primer escogido para ese cargo y no solo de aquella presuntuosa entidad sin respaldo oficial alguno pero desbordada de entusiasmo para servir a la incipiente Revolución, sino también de todas las que prosiguieron con ese patriótico perfil.

Por tanto, igual que hicimos nuestras iniciales gestiones valiéndonos de contactos insurreccionales para adquirir los uniformes, procedimos por la libre con la búsqueda de un instructor militar.

Resultó el capitán del Ejército Rebelde de origen francés Dominique Micaelli, del entonces Quinto Distrito Militar al que pertenecía, quien gustoso nos facilitó prestados algunos fusiles Springfield que estaban en desuso para las prácticas teóricas de arme y desarme, así como tiro sin municiones, impartidas por él mismo, y también las marchas y formaciones de infantería.

PARA DEVOLVER LAS ARMAS

Aquel día se nos hacía tarde para la devolución exigida al lugar de origen de las vetustas armas y andábamos de corre corre. Recuerdo aquel viejo auto Pontiac de Eddy Ramos, estudiante entonces, después dirigente del Ministerio de Comercio Exterior (Mincex), que se abalanzó estrepitosamente hasta proyectarse por su parte trasera.

Rechazamos la atención médica que se nos ofreció en la inmediata Casa de Socorros, así denominada entonces, dada la premura y también junto con el educando “chino” Wong, después integrado a la misma empresa Cuba Control, del Mincex, junto a Eddy.

Recompusimos como se pudo el vetusto auto y a la mayor velocidad aún reactivamos el camino a nuestro destino, obcecados por el compromiso contraído de devolver aquellas destartaladas carabinas.

Cuando al fin llegamos, jadeantes y físicamente golpeados, a la edificación militar en Lawton y comunicarnos la posta a quién debíamos dirigirnos para la devolución, tragamos en seco al conocer que el aquel entonces Jefe del Estado Mayor del recién constituido oficialmente Ejército Rebelde, Camilo Cienfuegos, nos esperaba en su despacho.

Aunque al conocer su nombre, todavía no era pública su designación, nos sentimos algo más relajados por habernos conformado como dije antes una percepción distinta de aquel grandilocuente héroe guerrillero que toda Cuba veneraba.

Cuál no sería la decepción al recibir una andanada de rapapolvo, expresada sin embargo con la mayor de sus criollísimas sonrisas desenfadas y el magisterio tal padre para hijos: ¿Ustedes a quienes se quieren parecer, a los Mau Mau, como nos decía Batista?

“Estamos organizándonos y esto no puede ser un relajo, compadres, dárselos (los fusiles) fue también un libretazo del francés, yo no le entrego hierros a nadie que no me lo ordene Fidel…”, dijo.

Con ello, retornaba a lo que después volvería hacer público en un juego de béisbol, su incondicionalidad sin límites al jefe de la Revolución. “Yo no voy en contra de Fidel ni en la pelota…”.

Reciprocaba con ello la confianza del jefe máximo apenas llegado a la capital habanera, cuando ante miles de concurrentes, con la intuitiva interrogante acreditando el respeto y autoridad que le infería, expresó: ¿Voy bien, Camilo?

Fue aquel, por tanto, nuestro primer y nunca olvidado encuentro, dado su ejemplo, fugaz, con ese imperecedero héroe de la Patria, al que se sumaron muchos más, aunque ya desgraciadamente de manera indirecta, con el acompañamiento de un torrente de su pueblo atiborrado de flores todos los años en interminable fila, inmenso mar por medio.

Y en marchas, en las cuales año tras año se incorporaban hasta pioneros conducidos de la mano al debutar en ellas, como pasó con mi hija más pequeña a partir de 1994 con solo cuatro añitos.

Nacido en una barriada pobre de Lawton, capitalino sin par, hijo pródigo de Diez de Octubre, Camilo Cienfuegos Gorriarán nació en 1932 de una familia de emigrantes españoles, logrando dada sus vocaciones artísticas remedando al Apóstol ingresar a la Academia de Bellas Artes San Alejandro, pero por falta de recursos no pudo continuar.

Sus padres le inculcaron verticales concepciones de justicia, cimientos para sumarse a luchar contra la tiranía batistiana. Resultó herido en enfrentamientos estudiantiles por lo que fue rápidamente fichado por los órganos represivos, decidiendo salir del país buscando mejoras económicas.

En Nueva York conoció del movimiento encabezado por Fidel Castro ya en México, y hacia allí partió intentando sumarse al proyecto. Figuró entre los 82 combatientes del yate Granma, ocupando la vacante de Enio Leyva que estaba preso en el Distrito Federal. Todo lo demás es ya archiconocido.

Su desmitificación que con este anecdotario pretendo enraizar incluye también que tuvo amores, unos cuantos: Paquita, su primera enamorada, a la que fue a ver antes de casarse con Isabel Blandón para informárselo, demostrando así caballerosidad y decencia a toda prueba.

También su amor del Escambray, Rosalba, de la que la vorágine de construir un nuevo país los separó. Pero sobre todo siempre estuvo ponderando el amor a la causa mayor, de la Patria, a la que dio su vida con apenas 27 años, y por la que nunca perdió la sonrisa ni la lealtad que nos sigue acompañando hasta el día de hoy.

arb/ndm

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