Por Jorge Quevedo Ocampo
Periodista de Prensa Latina
El amor a la patria, al hijo, el de la pareja humana… Sobre este último dio una vigente interpretación, que como pétalo en flor nos legó y conservamos en múltiples documentos, entre los que están las cartas a su hermana Amelia y a María Mantilla.
El prócer independentista identificó al amor como “delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto”.
Martí advirtió del peligro de amar a ciegas, del amor a primera vista. Su inteligencia le permitió ver, entre momentos violentos y tiempos tormentosos, lo que es el amor fundado en el merecimiento, la delicadeza y el respeto. Quien no piense de esa manera, no debe unirse en lazo matrimonial.
“Hay en nuestra tierra una desastrosa costumbre de confundir la simpatía amorosa con el cariño decisivo e incambiable que lleva a un matrimonio que no se rompe, ni en las tierras que esto se puede, sino rompiendo el corazón de los amantes desunidos”, dijo en uno de sus tantos escritos.
Para nuestro Héroe Nacional, el amor debe estar alejado de prejuicios morales y económicos; y advirtió a María:
“¿Piensa en el trabajo libre y virtuoso para que la deseen los hombres buenos, para que la respeten los malos y para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido?”.
“Eso es lo que las mujeres esclavas, -esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse-, llaman en el mundo “amor”. Es grande, amor: pero no es eso”.
La vigencia no puede ser mayor: ya las mujeres no tienen que vender su cuerpo para poder vivir. En la Cuba que él soñó, la mujer mantiene el derecho a prepararse, a formarse un futuro, a no depender de que le concierten un buen partido, sino a querer al que su corazón manda, sin prisa ni apasionamiento ligero.
Tal es la validez de los programas de educación sexual que se desarrollan actualmente, hallamos en la obra martiana un resumen. Los adolescentes tienen ahí una fuente inagotable donde beber.
La prosa martiana es poesía. Y ambas son un canto a la vida. Porque entre las relaciones patrióticas, políticas y del andar por el mundo, el Apóstol reflejó experiencias, vivencias. De la mala o buena suerte en las diversas empresas sacó provecho.
Alertó a su hermana que debía dominar sus emociones, a pensar con cordura, y dar su amor luego de un “detenidísimo examen”.
“Una mujer de alta severa e inteligencia justa debe distinguir entre el placer íntimo y vivo, que semeja el amor sin serlo, sentido al ver un hombre que es en apariencia digno de ser estimado”.
“Y ese otro amor definitivo y grandioso que, como es el apegamiento inefable de un espíritu a otro, no puede nacer sino de la seguridad de que el espíritu al que el nuestro se une tiene derecho, por su fidelidad, por su hermosura, por su delicadeza, a esta consagración tierna y valerosa que ha de durar toda la vida”, escribió.
Martí presupone que en la pareja no debe haber superioridad del uno sobre el otro: hay que amar y sentirse amado.
En su ser sensible, hombre apasionado de mirada honda hacia la vida, conceptuó el amor como algo que no se forma con una mirada espontánea o por deseos de amar.
Todos hemos sentido ese “algo” que nos atrae a lo desconocido, queremos sentir qué es. Hay que encontrarlo con perseverancia. Que no ocurra lo que nunca debió ser. El amor no es una obtención, es una entrega sin recelos por la confianza a quien lo merece.
“Así como el alma se aparta con disgustos de los de corazón frío, y mente calculadora y reservada, así se entrega con júbilo y sin rebozo a los de espíritu sencillo y ardiente, mano acariciadora, y pensamiento abierto”, sentenció el poeta.
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