Por Noel Domínguez
Periodista de Prensa Latina
Liborio Noval (1934-2012) era espontáneo, sencillo, sincero, sobre todo bien desenfadado, con mucho criterio propio, para nada complaciente y bien crítico de todo o de casi todo (que como dice el poeta, no es lo mismo, pero es igual).
Trabajó en el periódico Revolución y luego, por más de 40 años en el diario Granma. Recibió numerosos reconocimientos en Cuba y en el extranjero por su trabajo, entre estos, el Premio Nacional de Periodismo José Martí, la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Alejo Carpentier y el Sello Ho Chi Min, de la República Democrática de Vietnam.
Tan audaz tras el lente como en la vida misma, nunca reparó esfuerzos para lograr algo en su propensión fotográfica; era en eso casi garrafal, como si le fuera la existencia en ello, por lo que algunos lo consideraron, en ocasiones, hasta desmedido. Esto constituyó su impronta.
Durante un acto público en la esquina de 23 y 12 en conmemoración por algún aniversario de la proclamación allí del carácter socialista de la Revolución, se dispuso con paciencia de orfebre a tomar otra imagen del Comandante en Jefe Fidel Castro, su modelo más preciado, a la que después denominó con acierto “El Gigante”.
Era un contraluz, donde el líder de la Revolución Cubana estaba de espaldas al lente, siempre bizarro. Un escolta lo vislumbró de lejos y le hizo señas acercándosele: “Al Jefe no se le retrata de espaldas”.
Él quedó algo menguado pero continuó enfocándolo y ajustando el obturador. Tan cerca estaban que el quimérico oyó, miró fijamente al abnegado custodio y espetándole, acotó: “Este hombre me puede retratar de cualquier manera”.
Sin embargo, no fue esa su obra más preciada, sino aquella inédita que le permitió dejarlo registrado para la historia con boina verde olivo, de aquellas que recién estrenamos cuando la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas y después con legítimo orgullo, portaban los primeros batallones de milicias tras pasar las rigurosas escuelas de entrenamiento militar.
La mantuvo de pedestal en la sala de su casa, hasta su muerte.
CÁMARA EN MANO
En los inicios de su labor acompañando a dirigentes de la Revolución o haciéndose presente en cuanta actividad desempeñaran, recuerdo que se encontraba en acto público de masas en la Plaza de la Revolución, enfocando al comandante Ernesto “Che” Guevara con el teleobjetivo, algo no muy visto.
El Guerrillero Heroico lo seguía con la vista escudriñándolo por donde se moviera, hasta que lo increpó revisándole el aditivo, y también adicto a la fotografía, manipuló y tiró algunas fotos, las que quedaron en el negativo del equipo de Noval.
Después, y he ahí otra de sus peculiares virtudes, nada protagónicas, cuando las reveló las hizo llegar a la Oficina de Asuntos Históricos creada por Celia Sánchez, para que se divulgaran y recalcando la autoría del Che, sin tan siquiera especificar la propiedad de la cámara fotográfica con las que fueron captadas.
La manera de sumar personas al círculo amplio de amistades, dada su peculiar atracción personal, se puso de manifiesto en algo que nos contó quien fuera uno de sus cuñados, el general (r) Alberto García Entenza, de cuya hermana Lucía el “Gaito” se enamoró perdidamente.
Esto, a pesar del disentimiento de la madre, a quien su alta procedencia social no le permitía concebir que la hija se casara con un hombre ya divorciado y con hijos. Sin embargo, pronto lo admitió como otro más en la familia.
Siempre se me aparecía en mis cumpleaños, no había que invitarlo, le correspondía por derecho propio, lo mismo en una que en otra casa donde viví después, con mi esposa e hijas. La cámara fotográfica, compañera inconmovible tanto o más que Nidia Cruz -su última compañera-, nadie se la exigía, pero él la cargaba y al menor destello ahí arremetía.
Conservo más de cinco decenas de fotos de su autoría, que como constancia, no solo fijaba, sino revelaba y editaba, así como igualmente obsequiaba con presentación envidiable como viva muestra de desprendimiento y filiación con los suyos.
Viajó en múltiples ocasiones con las delegaciones periodísticas que acompañaban al Comandante en Jefe por sus giras al exterior, en las cuales iba también mi actual esposa, Ivón Alvisa. Con las anécdotas no me explayo porque están imbricadas con el líder histórico de la Revolución, pero constituyen manantial de transparencias y fidelidad a toda prueba para con él.
En todas las exposiciones en galerías o simplemente en espacios muy humildes, Noval no dejaba de conmensurar a otros colosos de la fotografía y amigos como Korda, Raúl Corrales o Roberto Salas, de los cuales siempre comentaba que habían sido sus maestros, aunque realmente algunos no lo fueran porque estaban a la par, pero su sempiterna modestia así los hacía presentarlos.
El prestigioso periodista Luis Báez y él hacían una pareja irrepetible, se complementaban, siempre estaban “conspirando” sobre otros, porque ambos coincidían en idolatría con el Comandante en Jefe y con eso no había permisibilidades.
Fue Luis Báez quien me comunicó la infausta noticia aquel triste día, el 29 de septiembre de 2012, y juntos lo velamos y lloramos sentidamente.
Mantenerlo vivo en nuestras memorias constituirá siempre un acicate para los cubanos, cuyo recuerdo no dejaremos que se pierda, como uno de los más fieles hombres a la Revolución y a su invicto liderazgo.
arb/ndm