Lo sucedido ese domingo de carnaval en la valla de gallos de la localidad, bajo la tutela de Saturnino Lora, fue identificado como arrancada de la guerra del 95, pero fueron muchas y significativas las acciones desarrolladas en otros puntos de la geografía cubana y particularmente en la porción oriental.
Así fue en la localidad matancera de Ibarra, donde se levantaron en armas patriotas dirigidos por Juan Gualberto Gómez, al igual que en Guantánamo, con el alzamiento en La Confianza y el combate de Morrillo Chico, en el cual sobresalió el genio militar del general Pedro Agustín Pérez.
Trascendentes fueron los aportes de los generales Guillermón Moncada y Bartolomé Masó en los afanes insurrectos de esa jornada, con la cual se echaba a andar todo el engranaje dispuesto para reiniciar las luchas por la independencia.
Detrás de esas acciones estaba la inmensa labor organizativa y de proselitismo de Martí, quien fundó en 1892 el Partido Revolucionario Cubano como fuerza aglutinadora para conjurar las divisiones tan dañinas al anterior empeño libertario, iniciado en 1868.
Aunque han sido divergentes y fundamentadas las opiniones hacia la inconveniencia de limitar a un solo lugar la denominación principal del suceso, lo cierto es que, como apunta el historiador Yoel Cordoví, “el Grito de Baire, más que un acontecimiento asociado a una comarca, fue el grito de Cuba.”
Fueron colosales los obstáculos enfrentados por los patriotas para llegar al clímax de los preparativos, desde la coordinación de los esfuerzos entre líderes fuera del archipiélago, el alijo de armas y otros pertrechos hasta esquivar la vigilancia de las fuerzas españolas de inteligencia.
En ese accidentado camino, el fracaso del plan de La Fernandina y la incautación de las embarcaciones que traerían a suelo cubano las armas y otros recursos necesarios para la insurrección interna, devino un golpe demoledor.
Aun así, se impuso la decisión de dar la clarinada y no esperar más para desencadenar las operaciones que darían cauce a tanto fervor y voluntad patrióticos acumulados en años de aprestos organizativos.
El alzamiento de esa jornada en unas 35 localidades tuvo en su contra el apresamiento de algunos jefes y los inconvenientes que una acción de tal magnitud conlleva, dígase también el limitado armamento y la precaria logística, frente al ejército de una potencia establecida.
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