Por Noel Domínguez
Periodista de Prensa Latina
En aquel año el Comandante en Jefe Fidel Castro le pidió a Álvarez Cambras que viajara a ese país andino, cuna del radical comunista José Carlos Mariátegui, a revisar la atención médica que se le profesaba al entonces presidente, general Juan Velasco Alvarado.
Velasco Alvarado era un hombre progresista y defensor de la Revolución Cubana, que estaba sometido a tratamiento médico por problemas circulatorios, del cual el propio paciente renegaba.
Al principio se pensó que no habría tiempo para aprovechar esos saberes, pero como transcurrieron algunos días antes de la partida socorrista, el excelso galeno ya mundialmente reconocido accedió a trasladarnos sus vivencias, preservando las peculiaridades de lo por él practicado que no era de dominio público.
Aunque sí se sabía que salvó la vida al general dado un inadecuado proceder que enmendó, se circunscribió solo a las características políticas y sociales del pueblo peruano y su idiosincrasia.
Por ello los tres o cuatros oficiales operativos seleccionados para la misión pudieron aterrizar en Lima días después con una pequeña dosis de experiencia traspalada por ese cualificado ejecutor que la expuso con maestría, modestia y didactismo.
BONDAD, AUSTERIDAD SIN CORTAPISAS
Lo volví a ver muchos años después, durante los Juegos Deportivos Panamericanos de Mar del Plata, en la Argentina de 1995, cuando fungió como el responsable de todos los médicos, terapeutas y clínicos que acompañaban a los atletas cubanos.
Fue precisamente allí donde comencé a tomar conciencia del ser irrepetible con el cual diariamente intercambiábamos y que propició a todos aquel magisterio de bondad y desinterés, con austeridad sin cortapisas.
Atendía a los atletas lesionados, y sobre todo a algunos clavadistas con quienes a mano limpia ejercía sus destrezas valiéndose solo de sus experiencias, y reconstruía coyunturas o las enderezaba con tan adecuado proceder que al otro día obtenían récords desde el trampolín.
Evidenciaba lo aprendido del devenir médico de Ernesto Che Guevara, cuando tuvo el inmenso privilegio de compartir su misión del Congo, o de las vivencias anteriores en la Sierra Maestra, que el argentino le trasladara cuando priorizaba la atención médica de los casquitos, militares del dictador Fulgencio Batista, dada la mayor gravedad.
Un provocador del equipo de Joe Cuba, scout mercenario de la Fundación Cubano Americana que intentó propiciar deserciones en la delegación atlética cubana, quien incluso portaba ostentosamente en sobaquera una Colt 45, intentó amedrentar con ella a un periodista deportivo, quien nos acompañaba como integrante de la delegación.
Sin pensarlo dos veces, el cubano se le abalanzó a puñetazos repeliendo el intento de dispararle con un contundente botellazo de un espumoso refresco de Coca Cola que le partió la cabeza al agresor y, enterado Kiko, corrió a saturar con unos cuantos puntos quirúrgicos la herida del mercenario, postergando los moretones de nuestro periodista.
DESINTERESADO Y ESTOICO
Pero donde verdaderamente puso en relevancia el calificativo con que enunciamos estas anécdotas, fue durante los Juegos Olímpicos de 1996 en Atlanta, Estados Unidos, donde mostró todo su proceder filantrópico, humanístico y diría casi de sacerdocio.
El chofer puertorriqueño que nos asignó el FBI en la misión padecía de una dolencia del derrame del líquido sinovial en su rodilla hacía años y Kiko lo atendió; entonces el paciente corrió la voz en el vecindario aledaño a la Villa Olímpica, que el tratamiento del especialista cubano era no solo de la mayor calidad, sino además gratis, cosa desacostumbrada en los quehaceres del capitalismo.
Kiko, quien siempre atendía no solo a nuestros deportistas lesionados, sino a los de cualquier otro integrante del resto de las 20 y tantas delegaciones representadas en ese evento mundial, comenzó a consultar a los vecinos circundantes que acudieron raudos cuando proliferaron los comentarios del chofer.
Ante las inmensas colas que se aglomeraban alrededor del galeno, las autoridades tuvieron que exigirnos se suspendiera ese ejercicio público, dado que no era compatible con las medidas de seguridad establecidas en la Villa.
Cuando pretendimos interceder a favor de Kiko y la obra magnánima que llevaba a cabo, él irascible dio la solución: se fue a la calle tras las cercas que delimitaban el acceso y en plenas aceras ejerció su desinteresada y estoica profesión, bajo un sol inclemente y el asombro de pacientes, transeúntes, atletas y autoridades.
Ese fue el Kiko que nos abandonó hace unos días, después de 88 años de fecunda y peculiar vida, algunas de cuyas otras misiones no son del todo publicables porque incluyó incluso su participación, junto al gallego José Ramón Fernández, de intentar disuadir por recomendaciones del Comandante en Jefe a Saddam Hussein, presidente de Iraq, que no invadiera Kuwait.
Rodrigo Álvarez Cambras (diciembre 22, 1934-marzo 2, 2023), considerado el padre de la ortopedia en Cuba, fue un cirujano ortopédico que por sus aportes al perfeccionamiento de la técnica en la especialidad y el proceso de rehabilitación, tuvo múltiples reconocimientos a nivel nacional e internacional.
Resultó asimismo conocido por sus intervenciones públicas cuando de exponer opiniones autorizadas o divulgar criterios de interés nacional se trataba, pues también asuntos de la vida del país estuvieron entre los deberes que le ocuparon.
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