Por Noel Domínguez
Periodista de Prensa Latina
José Felipe Carneado Rodríguez nació en Sagua la Grande, provincia de Villa Clara, el 30 de junio de 1915. Fue un veterano militante comunista, combatiente contra las tiranías de Gerardo Machado y Fulgencio Batista.
Tras el triunfo de la Revolución en 1959, estuvo entre los fundadores del Partido Comunista de Cuba, miembro de su Comité Central y jefe del Departamento de Ciencia, Cultura y Centros Docentes, también resultó diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Entre sus responsabilidades figuró la de ser el primer jefe de la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y fue profesor de la Escuela Superior del Partido y de la Universidad de La Habana, además de cumplir con otras funciones. Fungió también como director general de la agencia informativa latinoamericana Prensa Latina.
Conocí a don José Felipe Carneado (así con don y todo) en el verano de 1988 por razón de mi trabajo, cuando desarrollábamos esfuerzos conjuntos para evitar que los verdaderos creyentes cubanos fueran arrastrados otra vez, como aconteció en los primeros años de la Revolución, hacia posiciones de enfrentamiento con el proceso transformador en el país. Precisamente la Revolución había llevado a vías de hecho conceptos bíblicos como repartir panes y peces, expulsar a los mercaderes del templo, o aquel otro que profetizaba de que nunca entraría un rico en el reino de los cielos.
Lo recuerdo jovial y picaresco, fumador empedernido (esquivo a las recomendaciones de su esposa de muchos años y enfermera, Teresita, sobre la cual le gustaba bromear diciendo que ella era su “titimanía”), con un inveterado criollismo a flor de piel a pesar del número de años que nos distanciaban.
Siempre nos recriminaba, también, por el extremismo de los enfoques que la juventud suele tratar de imponer y mediante una persuasión sin límites nos convencía que debíamos atemperar o rectificar.
Fui testigo de excepción de su trato cortés, condescendiente pero firme y valiente en las convicciones durante las reuniones que efectuaba en sus oficinas del Comité Central del Partido, en la Plaza de la Revolución, adonde convocaba a los más altos jerarcas religiosos de todas las denominaciones para examinar las relaciones institucionales Iglesia-Estado.
PROFUNDO RESPETO Y CONSIDERACIÓN
Estos representantes de los diversos credos le profesaban, y puedo dar fe de ello, un profundo respeto y consideración, a pesar de que no coincidieran con algunos de los planteamientos.
Tanto es así que muchos de ellos expresaron, al conocer el fallecimiento de Carneado el 29 de marzo de 1993 -hace 30 años- no solo sus condolencias sino también preocupación por la pérdida de quien había sido durante muchos años un interlocutor que sabía combinar la amplia comprensión con el inquebrantable pensamiento.
Conocedor de mi vieja amistad con el polifacético Virulo, germinada en la Nicaragua de 1980, “El Profesor” me pidió en cierta ocasión que intentara mediar y convenciera al artista de no continuar divulgando su obra histriónico-musical “Génesis”, sobre pasajes de la Biblia.
Dichas presentaciones contaban con lleno completo en el teatro Karl Marx, de La Habana, pero sin menospreciar el innegable valor cultural e intelectual de la pieza, la jerarquía católica cubana de turno la cuestionaba y mantuvo constantes reclamos.
Fue tarea nada fácil, por cierto, y resultaba inconcebible para el artista, quien alegaba con razón que esa misma pieza teatral fue estrenada anteriormente con rotundo éxito en varios países de América Latina, caracterizados por una mayor religiosidad.
A esas presentaciones en teatros latinoamericanos asistieron, identificándose con los textos, destacados jerarcas eclesiásticos, desde obispos hasta cardenales, explicó el humorista y cantautor cubano.
Informado “El Profesor” de mi fallida gestión, convocó personalmente al artista y logró convencerlo con razonamientos que nunca conocí, pero que de seguro fueron irrebatibles. Aquella entrevista significó una prueba más de su poder persuasivo y elegante.
Cuando llegué a intimar con este experimentado revolucionario, un día, sin rodeos, le espeté cómo se podía entender que un hombre de vieja militancia en el Partido Socialista Popular (PSP)-organización que no se distinguió por sus concesiones políticas y hasta dio algunas señales de rigidez ideológica-, fue capaz de lidiar con concepciones filosóficas de carácter religioso tan disímiles y ajenas.
Con la agilidad mental que también lo caracterizaba, ripostó raudo: “Pregúntaselo a Fidel (Castro), él fue quien lo decidió”, y agregó: “Fue durante la invasión de los mercenarios por Playa Girón, en 1961.
“Entonces yo me desempeñaba en cargos del PSP por territorios cercanos y el pueblo enardecido la emprendió con el cura y otras personalidades religiosas de la iglesia de Jagüey Grande por sus actividades contra la Revolución. Ocuparon el recinto y llenaron sus paredes con pintadas y frases verdaderamente irrespetuosas”.
A propósito de ese incidente recordé entonces, y así se lo hice saber a Carneado, que fui testigo presencial de lo sucedido en la iglesia por encontrarme aquel 18 de abril como combatiente de un batallón de las Milicias Nacionales Revolucionarias que pasó por el lugar rumbo al central Australia y Playa Larga.
“Y Fidel -concluyó Carneado su relato-, tan imprevisible como de costumbre, me mandó a que enfrentara y solucionara esa delicada situación… misión que al parecer cumplí satisfactoriamente, porque aquí me he quedado”.
Vi al querido Profesor, por última vez, en los días finales de marzo de 1993, cuando le hacían radiografías de tórax en el hospital al que fue trasladado de urgencia.
Acostado en la camilla, en espera del resultado del examen, bromeando nos susurró: “Tan pronto salga de esto, me fumaré un cigarrito con la complicidad de ustedes, que no me van a echar pa’lante con Teresita, ¿verdad?”. Así lo recuerdo, optimista y jaranero, a pesar de que estaba consciente de su gravedad.
Este hombre íntegro y digno, ejemplo de antidogmatismo, se convirtió en precursor, cuando muchos ni siquiera lo concebíamos y hasta lo rechazábamos, de crear las condiciones para que los creyentes de convicciones revolucionarias integraran las filas del Partido Comunista de Cuba, lo cual fue aprobado durante el IV Congreso, en octubre de 1991.
Dedicamos este reconocimiento a nombre de sus alumnos por todas las enseñanzas que nos impartió, las cuales más que trasladarlas, injertó en todos nosotros, y a quien recordaremos siempre como “El Profesor”.
arb/ndm