La fuente, considerada pieza clave del ready made y una de las más influyentes del siglo XX, sentó uno de los más extendidos debates sobre los límites de la creación.
Más de un siglo después, todavía se habla de su peso incuestionable en el arte conceptual, aunque la crítica ubica el surgimiento de ese movimiento a mediados de la pasada centuria.
Su práctica se popularizó en un grupo de estadounidenses entre los que se encontraban Carl Andre, Robert Barry, Douglas Huebler, Joseph Kosuth y Lawrence Weiner.
Sin embargo, tantos creadores suscribieron simultáneamente y en diferentes contextos los fundamentos del arte conceptual que incluso hoy resulta difícil atribuirlo a una sola causa.
Entre otros, los estudios señalan la influencia en ese contexto de la oposición a la guerra de Vietnam, el feminismo, la instauración de una nueva economía del conocimiento y el uso extendido de las tecnologías como factores decisivos en el origen de este tipo de creaciones.
¿Cómo definir entonces qué es arte cuando priman ideas y conceptos? ¿Es tan valioso como las pinturas renacentistas o impresionistas? ¿Desde entonces todo lo que se expone en un museo o galería es arte?
Quizás las respuestas a esas preguntas las dio el propio Duchamp cuando reconoció sus intenciones con La fuente. “Les arrojé a la cabeza un urinario como provocación y ahora resulta que admiran su belleza estética”, dijo el artista francés en aquel momento.
Críticos y creadores coinciden en que el valor de esta corriente radica en el peso mayor de los conceptos y las ideas detrás de una obra que la pieza en sí misma. El significado va por encima de definiciones como la belleza, la técnica o el uso de la paleta.
El éxito de cada pieza no estará en los trazos y el uso de colores, sino en lo que logra dar a entender o reflexionar.
Por ello, la evolución de este movimiento ha estado marcada de provocaciones. En 1953 el venezolano Armando Reverón sujetó un trozo de madera quemada en medio de una entrevista y comenzó a pintar sin superficie; ese mismo año, el estadounidense Robert Rauschenberg exhibió Dibujo de De Kooning borrado, un esbozo de Willem De Kooning que Rauschenberg borró; en 1961 el italiano Piero Manzoni presentó Mierda de artista, con latas que supuestamente contenían sus heces fecales; mientras que en 1965 el también norteamericano Joseph Kosuth expuso Una y tres sillas, que consistió en una silla, su foto a tamaño real y una definición de la palabra “silla”.
Con la intención marcada de promover una experiencia más que una apreciación, el arte conceptual pretende demostrar que se puedecrearsin cuadros o esculturas.
Un urinario firmado en la galería, el acto de pintar sin hacerlo, la provocación de vender aire, heces fecales envasadas o hacer volar más de mil globos son solo algunos ejemplos de las propuestas de quienes buscan no el goce inmediato de la contemplación, sino el juicio y la observación reflexiva.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)